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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Adiós, gente grave y orgullosa, traviesa y jovial, fecunda en artificios y trazas, tan pronto sublime como vil, llena de imaginación, de dignidad, y con más chispa en la mollera que lumbre tiene en su masa el sol.

Inflamada en amor patriótico, ya que en la madurez de su existencia no podía aspirar al calorcillo de otro amor, y orgullosa en extremo como mujer y como dama española, el sentimiento nacional se asociaba en su espíritu al estampido de los cañones, y creía que la grandeza de los pueblos se medía por libras de pólvora.

Hablaba a cada uno de lo que más le interesaba; conducía a cada uno al terreno en que se encontraba más firme. Aquella mujer sin educación, demasiado perezosa y demasiado orgullosa para tener un libro en la mano, sabía fabricarse un fondo de conocimientos útiles leyendo a sus amigos. Y ellos le servían con la mejor voluntad.

Si la virtud pudiera ser orgullosa, nos sería dado envanecernos; pero hemos, de unir a la bondad la mansedumbre, y por altivo nos está vedado el orgullo, como por pueril la vanidad. »Ya ves, Lázaro, qué hermosa perspectiva se te ofrece a la vista.

¡Cuando los hombres no son torpes! explicáos mejor; ¿me tenéis por torpe, Dorotea? Por torpísimo; y como yo soy orgullosa, sumamente orgullosa, me mortifica que mi poderoso amante sea burlado. ¡Burlado! Como que no sabéis dónde estáis de pie. ¡Vos también! ¡vos también os habéis convertido en esa voz que por todas partes me avisa! ¡... por cierto: yo os aviso con más interés que nadie!

Serena y un tanto majestuosa, Rosalía no dijo una palabra en todo el trayecto desde la casa a la Plaza de Oriente, mas de sus ojos elocuentes se desprendía una convicción orgullosa, la conciencia de su papel de piedra angular de la casa en tan aflictivas circunstancias. En términos precisos esto mismo de sus propios labios más adelante, en recatada entrevista.

Compárese la consideración y el respeto de que hoy gozan los artistas, hasta el punto de formar una aristocracia tan elevada y orgullosa como la de la sangre, con la protección desdeñosa que los próceres de otros siglos les dispensaban y el humillante jornal que algunos reyes solían otorgarles. ¿Qué momento más favorable puede ofrecerse para que la flor de la poesía abra sus pétalos á la luz y ostente sus colores más brillantes?

Y sin dejar de cuidarme de los preparativos de la comida, me estremezco al pensar lo que tengo que decir esta noche al señor Lautrec. El mismo día, 12 de la noche. He vencido, mi buen señor cura, y estoy muy contenta por Luciana sin estar muy orgullosa por mi diplomacia, pues la verdad es que no he tenido mucho mérito. Voy a contarle a usted cómo ha pasado.

En el orgullo hay mucho de egoísmo, mientras que la humildad es toda devoción y abandono. Y sin embargo, ¿cómo negar que un orgullo bien dirigido es causa a veces de altas virtudes y de honrada conducta? Sea como sea, no debemos ocultar que nuestra heroína era muy orgullosa. Quien esto escribe no tiene manías o predilecciones aristocráticas.

Y fue al piano; porque ella era la discípula querida del Instituto y ninguna como ella entendía aquella plegaria de Keleffy, «¡Oh, madre mía», y la tocó, trémula al principio, olvidada después en su música y por esto más bella; y cuando se levantó del piano, el rumor fue de asombro ante la hermosura de la niña, no ante el talento de la pianista, no común por otra parte; y Keleffy la miraba, como si con ella se fuese ya una parte de él; y, al verla andar, la concurrencia aplaudía, como si la música no hubiera cesado, o como si se sintiese favorecida por la visita de un ser de esferas superiores, u orgullosa de ser gente humana, cuando había entre los seres humanos tan grande hermosura.

Palabra del Dia

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