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Diana Grey, así que se hubo ido, encendió un cigarrillo, y tendiéndose en un diván a la americana bebió su Oporto. Apercibiose entonces de que Maurescamp estaba disgustado, y para componer las cosas, le dijo, con ligero acento: Mi gordo «boy», es muy interesante el amante de vuestra mujer... tengo un capricho por él, ¿sabéis?

Ahora fabricamos mejunjes, vinos de extranjería, el Madera, el Oporto, el Marsala, o imitamos el Tintillo de Rota y el Málaga. ¡Y para esto cría Dios los caldos de Jerez y da fuerza a nuestras viñas! ¡Para que neguemos nuestro nombre!... ¡Vamos, que siento un deseo de que la filoxera acabe con todo para no aguantar más falsificaciones y mentiras!... Montenegro conocía las manías del viejo.

Después fui a buscar al sótano de Pütz una botella de su mejor Oporto, y me instalé frente al joven que, sentado en el sofá, hacía bailar la punta de su sable sobre la bota. He dicho ya que era un soberbio buen mozo. Grande, vigoroso, un verdadero dragón... un mostacho enmarañado, cejas negras, gruesas; y debajo, ojos como dos carbunclos.

Escuchó, entonces, los más imprevistos discursos, obscenas historias de convento, fablas chocarreras de clérigos amancebados; oyole decir al canónigo Zapata que el Papa era un asno; oyole contar al capitán Palominos, con cínico donaire, que en la campaña de Portugal, después de un día entero de combate, sus soldados, penetrando en una iglesia de Oporto, se bebieron el agua de las pilas, y que a él, por ser el capitán, le ofrecieron el aceite de la lámpara del Santísimo.

En la villa de Madrid, a 23 días del mes de Diciembre de 1658 años, para esta información recibimos por testigo a el licenciado Alonso Cano, racionero de la Santa Iglesia de Granada y natural de ella; juró in verbo sacerdotis de decir verdad y guardar secreto; y preguntado al tenor del tanto, dijo: Que conoce a Diego Velázquez, pretendiente, de cuarenta y cuatro años a esta parte y que es natural de la ciudad de Sevilla; conoció a sus padres, que se llamaron Juan Rodríguez de Silua y doña Jerónima Velázquez, naturales de dicha ciudad; conoció al abuelo paterno, que se llamó Diego Rodríguez de Silua, natural que oyó decir haber sido de la ciudad de Oporto, en el reino de Portugal, y no conoció a la abuela paterna, mas tiene noticia della, y que se llamó doña María Rodríguez, así mesmo, natural de la dicha ciudad de Oporto; de los cuales sabe que fueron padre y abuelo del dicho pretendiente, porque a los que conoció los vio tratarse como padres e hijos, y de los que no conoció lo oyó decir por cosa cierta que lo fueron, de los cuales sabe son y fueron habidos de legítimo matrimonio por no haber oído cosa en contrario, y por cristianos viejos, limpios de toda mala raza y mezcla de judío, moro o nuevamente convertido, sin haber oído que ninguno dellos ni sus ascendentes fuesen penitenciados por el Santo Oficio de la Inquisición en público ni en secreto por delito alguno de los contenidos en la pregunta ni por otros.

LIONEL. ¡Gatita mía...! ¡Mi comadreja...! ¡Mi conejito...! LINE. ¡Calla...! ¡Yo conozco eso...! ¡Eso es de La Fontaine...! LIONEL. ; el fabulista halló todos los bonitos nombres de amor que se toman prestados de los animales... LINE. ¡Oye...! Me parece que es ya «el oporto menos cinco».