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Actualizado: 8 de junio de 2025


Su mujer se reía de la facilidad que tenía para llorar. La música era su pasión más viva. Para él no había placer comparable a escuchar en una delantera del paraíso del teatro Real con su hija Carlota, aficionada también a la música, la Sonámbula o la Norma, o cualquier otra ópera del género dulzón y pegajoso.

Entonces, es un gran compañero para ir al baile de la Ópera, replicaba alegremente Jacobo que, con su carácter turbulento, no tenía tiempo de estudiar á sus compañeros de locuras.

Visitaban juntas y juntas recorrían las tiendas; tenían el mismo palco en la ópera francesa; iban juntas a los cursos de la Sorbona, y cuando llegó el verano, las dos se establecieron en Deauville, en el mismo pueblo. Fue allí donde acaeció un acontecimiento que debía dejar un recuerdo profundo en el alma de la señora de Maurescamp.

Mi respetable abuela me ha contado que todas las damas encopetadas de su tiempo sólo iban a la Opera atraídas por el baile, y no regateaban sus aplausos a los bailadores. Nosotros, a nuestra vez, protegemos a las bailarinas: ¡maldito él que piense mal!

Un día, sin embargo, nos resolvimos con don Benito a hacer el último esfuerzo. Comíamos juntos en su casa: mi tío se había sentado a la mesa de punta en blanco, como un pollo de veinticuatro años. Concluida la mesa, haría su visita a lo de Montifiori. Diablo, que está usted elegante, para viudo tan fresco le dijo don Benito. ¡Eh! contestó mi tío... voy a la ópera esta noche...

10 a otro, operaciones de milagros, y a otro, profecía; y a otro, discernimiento de espíritus; y a otro, géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. 11 Mas todas estas cosas opera uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente a cada uno como quiere. 14 Porque el cuerpo no es un miembro, sino muchos.

Sus visitas a la hora del crepúsculo fueron cada vez más frecuentes; arreglose de modo de poderla encontrar por las mañanas en el bosque, y presentábase regularmente en su palco el viernes en la Opera y los martes en los Franceses.

Este trabajo, muy bien hecho, tiene casi la misma forma que la tan conocida ópera de aquel mismo nombre: suprímense en él las primeras aventuras de Don Juan en Nápoles, comenzando la comedia de Zamora, como lo hace el autor del libreto de la ópera, con la muerte del Comendador.

El que más y el que menos de aquellos señores la había amado en secreto o paladinamente, y el mismo Bonifacio, muy joven entonces, tenía que confesarse que su afición a la ópera seria había crecido escuchando a aquella real moza, que enseñaba aquella blanquísima pechuga, un pie pequeño, primorosamente calzado, y unos dientes de perlas.

Cantaba también con voz de falsete, capaz de rasgar los oídos mejor dispuestos, y era la broma obligada entre sus amigos hacerle cantar después de comer. Era buen muchacho y vivía con una bailarina de la Ópera, con la que tenía dos hijos. El jefe de comedor se presentó á anunciar que la comida estaba dispuesta y todos se dirigieron á la mesa.

Palabra del Dia

irrascible

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