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Actualizado: 11 de julio de 2025
No me ofendo replicó la joven procurando sonreir. Voy a saludar a Rosario. ¿Quiere usted llevarme? En la antesala, separada sólo por algunas columnas del salón, charlaban los padres graves, echando ojeadas satisfechas a éste, donde veían a sus hijas divertirse. Alguna vez, se destacaba un máscara del baile, y venía a embromarles.
De la carta a Gato son estas frases: «Todo minuto me es preciso para ajustar la obra de afuera con la del país. ¿Y me habré de echar por esas calles, despedazado y con náuseas de muerte, vendiendo con mis súplicas desesperadas nuestra hora de secreto, cuando usted con este gran favor, puede darme el medio de bastar a todo con holgura, y de cubrir con mi serenidad los movimientos?». «Si le escribo más me parece que le ofendo.
¿Quiere usted hablar o no? ¡Maldita sea mi suerte! Allá voy... Ya sabe usted, Tristanito, que a mí no me gusta pasearme por las calles y que muchos días monto a caballo y me salgo por las afueras. Sí, sí, ya lo sé. ¡Adelante! Y que suelo comer donde me pilla... a lo mejor en cualquier taberna... Creo que con eso no ofendo a nadie y que usted no me despreciará, ¿verdad, señor Aldama?
Noto ya en mi ser un germen de destrucción que dentro de pocos meses me conducirá indefectiblemente al sepulcro. »Creo que no ofendo a Dios dejándome aniquilar por la enfermedad que El me envía; no hago más que acatar sus designios. ¡Señor! ¡Señor! ¡Cúmplase Tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo! »¡Magdalena, hija mía, aguárdame!» «6 de enero.
Esa palabra en la boca de la abuela, es sinónimo de desequilibrada, pero yo no me ofendo. Un cumplimiento más de los que tienen poco de halagüeños... ¡Bah! no hay más que acorazarse... La primera visita de esta tarde ha sido el padre Tomás.
Pues no os entiendo. Es muy claro: tengo que querellarme á vos de vos y por vos, porque don Felipe de Austria ofende al rey de España. ¿Qué ofendo yo al rey de España? ¿Es decir, que yo, á mí mismo?... pues lo entiendo menos.
¡Barástolis!... Usted la ofende, señor mío. No la ofendo. Mi resolución no indica desconfianza de ninguno de los dos, sino respeto a entrambos, y además el deseo de ponerme a salvo de la envidia, porque yo tengo más de hombre que de santo, y la contemplación del bien perdido no me hará bailar de gozo. Dijo esto en tono entro serio y festivo, y se retiró.
Llámale, acaba, que todo el tiempo que tardo en tomar la debida venganza de mi agravio parece que ofendo a la lealtad que a mi esposo debo.
¡Tía! exclamó Pierrepont con acento de sentido reproche. ¡Bien!, te ofendo... tienes razón... estas decepciones me ponen de mal humor... ya hablaremos de nuevo... ¡ahora vete! Y Pierrepont se retiró, besando antes a la baronesa en las dos manos.
Palabra del Dia
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