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Actualizado: 13 de junio de 2025
Las lentas singladuras en días de poco viento, las largas calmas ecuatoriales, le permitieron penetrar un poco en los misterios de la inmensidad oceánica, amarga y obscura, que había sido para los pueblos antiguos la «noche del abismo», el «mar de las tinieblas», el dragón azul que diariamente se traga al sol. Ya no vió en el padre Océano el dios caprichoso y tiránico de los poetas.
Se acordaban de que existía el mundo, de que no estaban solos en el planeta, y había una vida más allá de la oceánica extensión, con la que iban a ponerse de nuevo en contacto. Los hombres se apartaban de las señoras, a las que habían cortejado hasta entonces. Ceñudos y preocupados, buscaban un rincón y mordían el cabo del palillero ante el pliego virgen, no sabiendo cómo reanudar sus ideas.
Pero todas estas afluencias, aunque eran enormes, perdían su importancia comparadas con la renovación de la corriente oceánica. Entraban las aguas del Atlántico en el Mediterráneo tan poderosamente, que no podían detener su curso ni los vientos contrarios ni los movimientos de reflujo.
Sobre fondos de menuda arena ó agarrados á la roca vivían los moluscos en el refugio de sus conchas. La necesidad de entregarse al sueño con relativa seguridad, sin miedo al devoramiento general, que es la ley oceánica, preocupa á todos los seres marinos, haciéndolos constructores é inventores.
Ojeda se imaginaba el pobre cementerio de aldea donde habría podido descansar eternamente el mísero Pachín, bajo lágrimas de escarcha en el invierno, entre flores y revoloteos de insectos al llegar el verano. Aquí no volvería a la tierra madre. La oceánica aventura había trastornado el final de esta existencia.
Habituados al suave balanceo de la cama, al movimiento de péndulo de las ropas colgantes, al desnivel alternativo del piso, al escurrimiento de los objetos sobre mesas y sillas, como algo natural de esta existencia oceánica, sintieron todos cierta angustia viendo entrar cuanto les rodeaba en rígida inmovilidad.
Los corales, filtrando el agua á través de sus cuerpos blanduchos y mucosos, solidificaban sus duros esqueletos, para convertirse al final en islas habitables. Los seres de una diversidad desconcertante que flotaban, rampaban ó coleaban en torno de Ferragut no eran mas que agua oceánica.
Sabido es que la climatología oceánica y terrestre no es igual; en tierra, el máximum de frío y de calor es febrero y agosto; en el mar, es marzo y septiembre. Octubre, en nuestras costas, es el verdadero principio del otoño; cuando la tierra empieza a enfriarse, el mar sigue templado.
Con sus flotadores errantes ha afirmado de un modo cierto los viajes circulares de las corrientes atlánticas; con sus sondajes minuciosos reveló los misterios de la vida submarina en los diversos pisos de la masa oceánica. Los sabios han podido navegar y estudiar sin apremios de economía gracias á él.
La larga ondulación oceánica se convertía en ola rabiosa al encontrar los baluartes avanzados de sus islotes, al desplomarse en el vacío de sus abismos, formando cascadas de espuma que rodaban de abajo á arriba, levantando furiosas columnas de polvo con estampido de cañonazo. Una mano irresistible agarró la quilla, poniendo la embarcación verticalmente.
Palabra del Dia
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