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Actualizado: 15 de junio de 2025


Estos me parecia que circulaban por aquellos salones, y que sus sombras magestuosas se acercaban á su excelsa nieta la señora Doña Isabel II, y le dirigian voces tan dulces como provechosas.

La marquesa abrazaba a su nieta como hubiera abrazado al ángel de su guardia, dando gracias a Dios desde lo íntimo de su pecho por haber dado a Jacobo el golpe de gracia con una espada de hoja de lata.

Todo esto me pareció bien y muy en su lugar; pero ¿por qué una aldeanuca como la nieta del Marmitón tenía aquellos aires y aquellas travesuras de señorita de ciudad? ¿Por qué se tuteaba con Neluco y había entre los dos una intimidad tan sospechosa? Me atreví a hablar de ambos particulares al mediquillo apenas salimos del caserón de don Pedro Nolasco.

Adivino que el señor Desmaroy me encuentra muy a su gusto y salta a la vista que Boulmet está orgulloso de su cliente; la abuela se enorgullece ostensiblemente con una nieta tan linda. Estas tablas le dice, son modernas; están pintadas por mi nieta... Este almohadón bordado ha sido copiado por mi nieta de un modelo antiguo...

Habla usted de obediencia pasiva... ¿Quién me ha aconsejado desarrollar la personalidad de mi nieta?... ¿Quién me ha impulsado a formarle un carácter suyo?... ¿Quién me ha dicho a cada uno de sus caprichos: «Déjelo usted pasar; será una mujer y no una figurante?...» ¿No ha sido usted, señor cura? , señora respondió el cura sin confusión alguna. Y hoy lo repetiría una vez más.

Porque su taimada abuela echó de ver que tales juguetes y gracias, en los pocos años y en la mucha hermosura de su nieta, habían de ser felicísimos atractivos e incentivos para acrecentar su caudal; y así, se los procuró y buscó por todas las vías que pudo, y no faltó poeta que se los diese.

Apenas hubo nombrado á Alberto, la nieta se conmovió, perdiendo su alegría de pájaro. ¡Cómo he sentido su muerte! dijo con los ojos húmedos . Nos llevábamos mal; apenas nos veíamos.

Una mestiza ya madura hacía hervir en el fogón el agua para su mate. El viejo pensaba confusamente que bien podía ser hija suya. Otra de quince años le ofrecía la calabacita de amargo líquido, con su canuto de plata para sorber. Una nieta tal vez, aunque él no estaba seguro.

Lo cierto es que había motivos sobrados para estremecerse y temblar, como me estremecía y temblaba yo pensando en don Sabas, en Neluco, en Chisco, en Pito Salces... Dios piadoso, ¡qué sería de ellos y de cuantos los habían acompañado en su denonada empresa! Y pensé también en la nieta de don Pedro Nolasco y en el mismo octogenario Marmitón, y en su hija, si eran sabedores de lo que ocurría.

Quisiera que desde mañana dedicáseis un par de horas diarias á instruir en lo posible á mi nieta Constanza, que bien lo necesita y no gusta de estudios. No parece sino que aprendió á leer para devorar novelas sentimentales é inútiles ó trovas insulsas.

Palabra del Dia

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