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Actualizado: 10 de junio de 2025


Dije todo cuanto podía decir en mi contra, reconocí haber sido yo quien la empujó a la muerte, pero negué el acto extremo. Varias veces en el curso de los interrogatorios estuvo por confesar; pero al oír el nombre de usted, al ver la dureza del juez, me contenía.

El Naranjero se destacó del grupo, vino con sonrisa burlona, y llevándose la mano al sombrero, con afectado respeto, me preguntó: Mi amo, ¿e su mersé gallego? Una ola de indignación me invadió la cabeza. Me levanté furioso, y tratando de arremeterle, le escupí a la cara más que le dije: El gallego lo será usted, ¡tío granuja indecente! Por tercera vez negué a mi tierra.

Aun suponiendo que Juan me hiciese traición, ignoraba aquella parte de mi plan y sin duda esperaba verme atacar la puerta principal a la cabeza de mi gente. Allí como le dije a Sarto, estaba el verdadero peligro. Y allí agregué, se hallará usted. ¿Todavía no está usted satisfecho? No, no lo estaba. Lo que él quería era acompañarme, a lo cual me negué terminantemente.

¿Regañar?... Me armaron una escandalera atroz... Por supuesto, yo te negué con más desvergüenza que San Pedro a su Maestro... ¡Qué quieres, hijo..., las circunstancias!... Me preguntaron si te conocía... «En mi vida le he visto», contesté. «Pues ha estado en Marmolejo cuando .» «Pues no he reparado en élNo es fácil que se hayan tragado la bola, porque es muy gorda; pero Daniel no debió de decirles nada.

El médico me aconsejó el ópio; yo me negué, y recuerdo que el médico me decia: si usted se acostumbrara á usar de aquel narcótico, lo usaria al cabo como ahora puede usar de los dátiles, por ejemplo. Puedo acostumbrarme á los cafés cantantes, como puedo acostumbrarme al ópio, al veneno, á la disolucion. ¿De qué manera?

Si quieres ser honrada te llevo a vivir conmigo, te cedo la tienda, y no te pongo más obligación que mantenerme y cuidarme los huesos hasta que venga por ellos la muerte. Cuando te vi en malos andares, te negué un ochavo y te saqué lo que pude; si ahora te enderezas, cuanto tengo es para tu rica persona y para este sol cabezudo del mundo... ¿Vas a ser honrada, o no?

10 No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda mi faena. 11 Al fin miré yo todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol.

Yo me negué a escuchar tan terrible acusación, pero mi sorpresa fue grande al ver que me hizo tener una entrevista con el amigo de mi padre, el tal Dawson, en la que éste declaró que él había sido testigo del hecho.

¿Qué os dice? interrumpió la viuda, que escuchaba palpitante las palabras que recogía de los labios del culpable. Le resistí, me negué; pero ella me rogó, me suplicó, regó mis manos con sus lágrimas, y tanto hizo que hubiera ablandado el corazón más insensible. Después me amenazaba con su venganza e iba a echarme a la calle. Si, por el contrario, consentía en ayudarla, prometía enriquecerme.

Aunque muy sobrecogida, me disculpé bastante bien; y ya se había tragado el embuste que urdí en el aire, de un paseo muy largo después de haber estado leyendo muchísimo tiempo en la Glorieta, donde él me dejó, cuando, hijo, mirándome y remirándome, se empeña en que el vestido que yo tenía puesto era distinto, ¡ya la creo! del que llevaba por la mañana... Tan cogida me vi entonces, que estuve canto o no canto; pero dominándome un poco, probé a negar, y negué, con la mayor desvergüenza, que hubiera cambiado de vestido en toda la mañana.

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