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Actualizado: 8 de junio de 2025
Entonces, con el amargo recelo de provocar el enojo de sus huéspedes, iba a desnudarse, cuando Narcisa se presentó en el aposento. Mirando a Carmen, dió un grito, como si algo terrible le aconteciera, y llamó a voces a su madre.
¿Sí?... Pues mira, le contestas que «no hay peor sordo que el que no quiere oír»... «que el que mucho abarca poco aprieta».... Ella le interrumpió con argentina carcajada. Yo también tengo muchas ganas de reirme..., mira que casarte tú con Narcisa..., ¡tendría que ver!... ¿De modo que gracias a esta embajada puedo, al fin, hablar contigo libremente? Sí, ¿me querías hablar?...
Verbigracia; se hubiera evitado que Narcisa, la jovencita que desempeñaba papeles de chula, se fuese del teatro dando un fuerte escándalo, diciendo a quien la quería oír que Antoñico pellizcaba las piernas a las actrices en las ocasiones propicias; y también que la mamá de Clotilde, la primera dama, se quejase al empresario de que Antoñico fuese con demasiada prisa a levantar a su hija siempre que caía desmayada al terminarse un acto.
¡Divina..., divina! murmuró el marino, casi en un soliloquio; y devoraba con delectación el rubor de la muchacha y su emoción profunda.... Cuando volvieron de aquel breve paseo, Andrés se había marchado sin esperar a comer; Narcisa tenía un pliegue enigmático en su frente orgullosa, un poco deprimida, y doña Rebeca parecía que había llorado.
Doña Rebeca decía que estaba enfermo. Debía de ser verdad, porque a menudo salían del aposento ayes y gemidos. Lloraba entonces la madre; Narcisa se enfurecía, y si en tales ocasiones de tragedia llegaba Andrés a Rucanto, rodaban los muebles, estallaban los cacharros en añicos, y las puertas se batían en tableteos formidables.
En él decía: «Estoy bien y mucho más contenta; no dejes de venir pronto a vernos y procura estar amable con Narcisa: es un favor que te pido». Después que el emisario partió, gozoso de servir a su bella protectora, Carmen se quedó arrepentida de inducir a Salvador a una farsa con aquel impremeditado ruego.
Era seguro entonces que Andrés tenía dinero en el bolsillo y que Narcisa había conseguido un traje nuevo o un viaje a la ciudad. Julio, que no se aplacaba con dones, aparecía tranquilo a fuerza de cansancio; y la fatiga de haber rugido furiosamente desplegaba su frente huraña y le hacía aparecer menos repulsivo.
Narcisa, más convencida que nunca de la importancia de su persona y de la sublimidad de su talento, se engolfaba en lamentaciones augurales, presagiando que el regreso tan festejado del marino había de traer graves perjuicios al esclarecido solar de Rucanto....
Lo más atractivo de su persona era el halo de bondad que nimbaba su frente y la serena expresión amorosa y profunda de sus ojos garzos. Había en su sonrisa una mística expresión, siempre encesa, como en ideal culto de algún divino pensamiento. Aquel sublime encanto de la joven era la desesperación de Narcisa y de su madre, que llegaron a odiarla.
Palabra del Dia
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