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Actualizado: 8 de junio de 2025


Julio perecía siempre un niño colérico y misántropo que había sentado plaza de enfermo incurable, y Narcisa pasaba por discreta y, altiva, mediante la solemnidad de su empaque y el orgullo con que se amigaba sin intimidad y con reservas sólo con dos o tres señoritas de las ilustres familias comarcanas.... Habían pasado años de terrible escasez en la casona.

Carmen, mirándole con franca mirada deliciosa, le contó sin más preámbulos: Quieren que te cases con Narcisa....

Y los dos se lanzaron a la caza de Carmencita, oteando febriles como dos canes buscones. No la encontraban. Andrés se iba impacientando. Para animarle, Narcisa le sirvió una incendiaria copa de ron. Luego que la hubo apurado de un trago valiente, dijo Andrés: ¡Otra!... Y la terrible señorita se la volvió a llenar. Todavía Andrés presentó la mano extendida, insistiendo: ¡Más!

Mostróse muy apurada entonces, y Narcisa, abusando de aquella turbación inocente, derrochó sobre la muchacha las recriminaciones y acudió después a las amenazas. Carmen, llena de temor, trató de calmarla, insinuando alguna promesa. El me dijo balbució que no pensaba casarse...; pero creo que lo dijo en broma...; quedó en venir pronto....

Aquella calma amenazante parecía el presagio de una borrasca. Doña Rebeca y Narcisa se eclipsaron en sus habitaciones, después de una comida silenciosa y triste. Julio no se había levantado de la cama, y Carmen y Fernando todo lo hablaban con los ojos, en mudas contemplaciones, con una ansiedad llena de homenajes. Uno y otro habían dejado casi intactos los platos en la mesa.

Cuando la niña llegó a Rucanto, la instalaron regaladamente en el gabinete de Narcisa; entraba con ella en casa la abundancia, y tras la primera mirada inquisitorial y hostil, los sobrinos de don Manuel tuvieron para la intrusa una displicencia tolerante, única tregua de paz que se le concedió en aquella mansión belicosa.

La señorita de la casa admiró con insinuante ponderación la gracia de la florecilla, y el joven, por no saber qué hacer ni qué decir, se la quitó del ojal, ofreciéndosela. Fué aquel un momento incomparable para Narcisa; tomó en triunfo la flor, y se la prendió en el pecho, rebosante de gozo....

¿Derecho?... El tiene carrera...; le prefieres porque es guapo, le consientes todos sus caprichos y le das dinero.... Descargó un puñetazo sobre la mesa, con toda la reciedumbre de sus puños potentes, y platos y copas saltaron con estruendo y destrozo. ¡Está borracho! dijo Narcisa con desprecio. El se revolvió como una fiera, y le tiró a la cabeza su bastón de cachiporra.

Tímida para disculparse, guardó silencio la joven, y doña Rebeca contuvo a duras penas su enojo, deseando explorar el resultado de las gestiones que la encomendó. Habla, hija mía; ¿qué te ha dicho el médico?... ¿Le ponderaste a Narcisa?... La pobre Narcisa te quiere mucho; hoy me ha dicho que tienes ya que aliviar el luto y salir con ella a paseo.

Doña Rebeca y Narcisa se habían sumido en una de sus frecuentes desapariciones, y la criada tampoco aparecía por ninguna parte. Entonces Carmencita entró tímidamente en el aposento del mozo, llevando en la mano un vaso de agua de piedad.

Palabra del Dia

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