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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Faltaba el lazo que nos unía. Entre aquel río, aquella Torre del Oro, aquellos bosques de naranjos, aquel horizonte diáfano de tintas brillantes y yo, no había nada ya de común. No era frente a estas cosas más que un curioso, un touriste, como ahora se dice; pero no tardaría en partir, acaso para siempre. ¡Partir!, ¡ay! No se rían ustedes.
Madrid, cuando tus toros brincan, Hay manos blancas que aplauden Y mantillas que se agitan. . . . . . . . . . . . . ¡España! ¡España! ¡cuán puro y brillante es tu cielo! Santa María está bañada en oleadas de luz; los mil balcones de sus blancas casas centellean y arden, y los naranjos perfumados de la Alameda parecen cubiertos de hojas de oro.
Ante sus ojos entornados desarrollábase una neblina parda, como si espesara la penumbra húmeda de bodega en que está siempre el salón de sesiones; y sobre este telón destacábanse como visión cinematográfica las filas de naranjos, la casa azul con sus ventanas abiertas, y por una de ellas salía un chorro de notas, una voz velada y dulcísima cantando lieders y romanzas que servía de acompañamiento a los duros y sonoros párrafos del jefe del gobierno.
Más a la izquierda, asomando solo la cabeza sobre las azoteas del caserío de la ciudad, veíase también la Torre de Plata, con su blanca corona de almenas. Más allá, el palacio de San Telmo, envuelto en la masa verde de sus naranjos, asomando las agujas de sus torrecillas de pizarra. El Guadalquivir corría bajo mis pies.
Y su cabeza se inclinó sobre la del gitano, y sus bocas se oprimieron. ¡Oh! ven la dijo levantándola dulcemente , ven a pasear bajo esos viejos naranjos y a respirar su perfume... ¡Mira!
La carretera se desplegaba al través de los campos llanos y dilatados del sur de la ciudad. A un lado y a otro se extendían, secos y amarillos, manchados a trechos por el verde gris de los olivos y el profundo oscuro de las huertas de naranjos. Enteré al conde del estado de mis negocios, esto es, procuré enterarle, seguro de haber disfrutado de su atención, por lo menos, la mitad del tiempo.
»Sea el atrio vasto, espacioso, desahogado: con abundantes y puras aguas para tas abluciones: tal que despues de edificado no haya lengua que ensalce el atrio de Santa Sofía. Descanse todo él sobre una anchurosa cisterna de bóveda subterránea, de modo que el peregrino de tierras de Asur, al refrescarse á la sombra de sus naranjos se crea transportado á los pensiles de Babilonia.
Durante más de medio siglo, las Delicias constituyeron el orgullo de los sevillanos, que fuera de los paseos del interior de la ciudad, no tenían jardines tan amenos y lugar tan agradable para solazarse como aquel; mas la moda se inclinó al inmediato paseo de la orilla del río, y entonces la concurrencia acudió allí á ver y ser vista dejando poco á poco la obligación que antes se había impuesto de transitar por las enarenadas calles y bajo los llorones, naranjos y limoneros de las Delicias.
Así, se ven las moles de los edificios como un inmenso reguero de peñascos desiguales en medio de un mar de granados, naranjos, limoneros, jazmines y millones de flores que inundan el aire de perfumes. Sevilla merece bien su fama: es un paraíso de verdura y curiosidades de todo género.
Hasta la primavera he jurado estar aquí y ya comienza a aletear sobre este suelo. Mire usted estos rosales; mire esos naranjos... ¡Ay! me da miedo la primavera; ha sido siempre para mí la estación fatal. Quedó pensativa algunos minutos. Doña Pepa y la italiana se habían metido en la casa. La buena vieja no podía pasar mucho tiempo lejos de la cocina.
Palabra del Dia
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