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Actualizado: 20 de junio de 2025


Tres días de cama, con dolores en el costado, y fiebre, y médico yendo y viniendo. ¡Dios mío! ¿Sigue enferma la tía? preguntó con sobresalto la joven. Ya está levantada, pero... casi no cuenta el cuento. Juraría, Nanita, que allí hay algo. ¡Algo! a ver, Agapo, cuéntame.

Por supuesto, él no se dignaba sentarse a la mesa: abajo, en la portería, recibía su buena ración y se iba tan contento. Y hoy, ¿dónde has almorzado? preguntó Susana con timidez. ¡Ah! ¡Nanita, qué picarona! ¿De modo que las santas se permiten también ser maliciosas? Pues hoy almorcé... allá. ¿Dónde... allá? Pues, en casa de la tía Silda. ¡Ah! hizo Susana. ¡Qué enferma había estado la tía Silda!

Se afligía, , pero no por salir de la ciudad, sino... por lo otro, ¡un golpe tan duro y terrible! se afligía, porque este golpe alcanzaba a sus hijos, a su buena y querida Nanita. Esta, abría tamaños ojos.

Bueno, lo que quieras; lo cierto es que nunca he pasado del vestíbulo, y hoy me dije: Aprovecharemos la ocasión y entraré a ver esos lujos tan mentados; de seguro que Nanita no me echará, de miedo que la ensucie sus bruselas.

Mientras Susana le miraba compasiva, el filósofo recorría la pieza, metiendo las narices, estirando el hocico, con movimientos de cabeza más de desdén que de asombro. A veces, tendía la mano para palpar un objeto, pero se contenía. No temas, Nanita decía, ya que esto se llama mírame y no me toques.

Su madre, muy emperifollada, de capota rosa y abrigo de terciopelo, acababa de salir con Angelita, después de decir aquello sobre la música, que hizo sonreir a Susana... Sonaron dos golpecitos en la puerta del vestíbulo... La niña, ocupada, en el estudio de una cadencia, no oyó... La puerta se abrió y entró Agapo. ¡Chist! hizo, no te asustes, Nanita, que soy yo.

¡Qué placer tan grande es éste! ¡Ay, Nanita, no puedes imaginarte lo que sufre tu madre con el condenado corsé; para es como si me cincharan, hija! Se abanicaba con pereza, saboreando el descanso de que disfrutaba.

Eso , no vayas a creer, Nanita, que esto es lo primero que veo; muchos salones he visto, y mejores... Ya lo dijo Susana risueña, que te tratas con muchos high-lifes, y que comes en casas ricas; vamos a ver, ¿dónde has comido anoche? En casa del Presidente contestó Agapo muy serio. ¿Dónde? volvió a preguntar la niña, muerta de risa. ¡En casa del Presidente!

El tío Agapo es médico, y de los buenos, precisamente porque no ha estudiado: el estudio seca la mollera y hace evaporar el talento; mira si no: los que se comen los libros son, generalmente, los más brutos... Conque, dime lo que te pasa, ¿es un dolor de bolsa lo que sientes o, simplemente, una nanita pasajera?

Si yo les juro que Quilito... digo, ese joven, no me ha dicho nada de particular; además, no volveré a hablarle. Bueno, ya se acabó dijo don Bernardino; venga acá mi Nanita querida a abrazar a su papaíto. Susana no renunció, sin embargo, a su idea de reconciliación; ya les catequizaría poco a poco. ¿De qué había de servirle, entonces, la grande influencia que ejercía sobre sus padres?

Palabra del Dia

rigoleto

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