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Actualizado: 19 de junio de 2025
Era el Judío Errante, la walkyria galopando entre las nubes de una tempestad musical, pasando a través de las más diversas temperaturas, saltando sobre los más distintos países, arrogante y victoriosa, sin sufrir el más leve menoscabo en su salud y su hermosura. ¡Ah, si tú quisieras! ¡Si me permitieses seguirte! ¡Como amigo nada más! ¡Como criado, si es preciso!
Quizá viviendo en tierra se hubiera desarrollado en mí el sentido musical, como en muchos de mis paisanos; en el mar se ha ampliado, se ha alargado mi sentido óptico. Muchas veces me he figurado ser únicamente dos pupilas, algo como un espejo o una cámara obscura para reflejar la Naturaleza. Soy, además, al decir de mi familia, un tanto novelero, un tanto curioso y amigo de novedades.
Al principio no disponía de más instrumento musical que un violín, y con él se entretenía por las noches; mas andando el tiempo logró traer hasta aquel desierto un piano, y fue feliz. Horas dulces, horas dichosas aquellas en que, después de una jornada laboriosa, regresaba a su casa y se ponía delante del piano para interpretar una sonata de Beethoven o un concierto de Chopin.
De pronto, las palabras que rezaba el clérigo con un tono discreto, suave, de un ritmo eclesiástico simpático, sugestivo, adquirieron verdadero valor musical, como un recitado; porque allá dentro alguien le soltaba los caños de sonidos al órgano, que llenó la solitaria iglesia de resonancias, de chorros de notas juguetonas, frescas.
Embriagábase a sí mismo con su voz; sentíase arrastrado por el vértigo de sus trinos; parecía vérsele en la obscuridad hinchado, jadeante, ardiente, con la fiebre de su entusiasmo musical.
Teresa Tanco, mi simpática compañera del Magdalena, si le repito en estas páginas lo que tantas veces leyó en mis ojos, esto es, que tienen razón los bogotanos de estar orgullosos de ella por su espíritu, la altura de su carácter y su talento musical incomparable?
Y al oír el piano su imaginación retrotrae escenas pasadas que se actualizan en su espíritu y le hacen reconstruir el cuadro que vio la primera vez. ...Así... será, sí, señor... yo... en eso no soy muy baquiano, don Lorenzo; pero ¡mire que me gusta oír el piano! Fíjate, Melchor, cómo perdura en Baldomero una impresión musical, cuando por lo común son fugaces.
De pronto la puerta se abrió, y ambos nos pusimos de pie; pero en vez de la linda joven chispeante y de corazón noble, con voz musical y semblante alegre y franco, entró el hombre barbudo, de anteojos, arcos de oro, que en un tiempo había sido contramaestre del buque Annie Curtis, de Liverpool, y después el socio secreto de Burton Blair.
Maltrana, menos sensible a la emoción musical, examinaba de espaldas a esta mujer, fijándose en su nuca blanca, ligeramente sombrecida como el marfil antiguo. El casco de su cabellera tenía junto a las raíces un dorado tierno, que iba coloreándose hasta tomar en la superficie el tono rojizo del cobre fregoteado.
Aunque en España, no sé por qué, son poco populares y estimados los versos endecasílabos libres, yo los prefiero a veces a los que están sujetos al artificio de la rima, cuando la falta de ésta se halla compensada por el primor y la sobriedad de la dicción y por la cadencia musical del metro.
Palabra del Dia
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