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Actualizado: 19 de junio de 2025


Había otra porción de tertulianos que con las mismas disposiciones para el arte musical que el intendente, se habían prestado a tomar parte en la función. Entre todos ellos descollaba como la robusta encina en bosque de madroños, el tío Manolo. Miguel pudo convencerse en seguida de que era el gallo de la quintana.

El idioma de los Canichanas, que no contiene una sola palabra semejante á las de los otros idiomas de la provincia, es musical, muy acentuado, y duro á la audicion algunas veces por los sonidos guturales que resultan de ciertos vocablos compuestos de muchas consonantes juntas, como jl, tz, ts.

Y repite lo que en la mañana dijo de la Tierra. El cielo ignora nuestros dolores. Vuelve lentamente hacia la plaza. De todos los cafés, de los restoranes, de los hoteles surge el vaivén musical de los cadenciosos violines. Pasan detrás de los grandes vidrios enrojecidos por una luz interior las parejas enlazadas, siguiendo el ritmo de la música. Bailan... bailan... bailan.

No es posible apartar los ojos de la blanca franja que lleva disueltos los mil colores del prisma; una calma deliciosa; una quieta suavidad que aferra, al punto que lo hace olvidar de todo. La óptica produce aquí un fenómeno puramente musical, la atracción, el olvido de las cosas inmediatas de la vida, el tenue empuje hacia las fantasías interminables.

En uno de los sauces, al otro lado de la isla, el misterioso pájaro oculto lanzaba sus trinos, sus vertiginosas cascadas de notas, deteniéndose en lo más vehemente del torbellino musical, para filar un quejido dulce e interminable como un hilo de oro que se extendía en el silencio de la noche sobre el río que parecía aplaudirle con su sordo murmullo.

Primero había visto desvanecerse dentro de aquella cabeza de gracia musical lo que él amaba debajo de aquella hermosura, el alma de la Regenta, su pensamiento; después pensó en aquella hermosura exterior incólume, en la esperanza de saciar su amor sin miedo de testigos, solo, solo él con un cuerpo adorado....

Después que D. José y todos los fieles a coro dijeron buena porción de oraciones, que a nuestro joven le parecieron una misma, o por lo abstraído que estaba, o porque en realidad no discrepasen mucho unas de otras, rompió el excusador a cantar alto y tendido un villancico a la Virgen sin acompañamiento de órgano, porque no lo había, ni de instrumento musical alguno.

Aún no había llegado el cantaor a mitad de su lenta copla, cuando sonaba otra voz, y luego otra, como si se entablase un pugilato musical, y la calle se poblaba de invisibles pájaros, unos roncos, con estremecimientos de pulmón quebrantado, otros chillones, con alarido perforante que hacía pensar en un cuello rojo e hinchado próximo a desgarrarse.

La necesidad de tener instrumentistas y cantores para el culto le hizo sostener las capillas y colegios de seises que sirvieron para la enseñanza musical en una época falta de escuelas. Fuera de esto, nada. Los que representamos el arte en las catedrales somos tan despreciados como los ministriles de las antiguas capillas, tañedores de chirimías, bajoncillos y bajones.

Sentáronse los dos en el paseo, junto a las ventanas del salón. Había empezado en éste la improvisada fiesta. El piano sonaba incesantemente. Al principio del viaje nadie sabía tocar: el miedo al ridículo, la falta de trato, hacían fingir a todos una absoluta ignorancia musical.

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