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Sinembargo, es fuerza reconocer que hasta ahora no se ha ensayado el sistema mixto que puede convenir mas: el de la libertad unida al estímulo; régimen reducido á estos principios: que el Estado ó el municipio busque al ignorante, donde quiera que se halle, y le ofrezca los medios de instruirse; que el ignorante sea libre de aceptar ó no la enseñanza que se le ofrece, y todo el mundo libre de enseñar ó aprender privada ó públicamente, sin reglamentos de la autoridad; pero que la ley le niegue al ignorante el derecho de intervenir en la direccion de los negocios públicos, puesto que la sociedad tiene el derecho de ser bien gobernada.

En más de una también, dejó cerrados en la secretaría a algunos concejales llevándose la llave. Después que los padres del municipio se hartaban de gritar y dar golpes a la puerta, venía un alguacil a abrirles; pero ya se había efectuado la votación. Gracias a estas y otras tretas, a las arbitrariedades sin cuento que cometía, vengábase el bilioso ex marino de sus enemigos, que era un primor.

Habló muchas veces de procesar al alcalde y enviar á la cárcel á la mitad del vecindario, y sus enemigos le contestaban invadiendo traidoramente sus tierras, matando su caza, abrumándolo con reclamaciones judiciales y pleitos incoherentes... Su odio al municipio le había aproximado al cura, por vivir éste en franca hostilidad contra el alcalde.

Un empleado del Municipio había confesado aturdidamente que tenía veinte años, sin pensar que con esto causaba su muerte. ¡Mentira! repitió la madre, adivinando por instinto lo que hablaban . Ese hombre se equivoca... Mi hijo es robusto, parece de más edad, pero no tiene veinte años... El señor, que lo conoce, puede decirlo. ¿No es verdad, señor Desnoyers?

Por muy sensible que me sea el decirlo, es lo cierto que las fieras del Municipio no cumplen debidamente con su cometido. ¿Para qué han sido traídos estos animales de los desiertos de África y Asia a costa de mil sacrificios pecuniarios? Ya hemos dicho que para infundir energía y vigorizar al pueblo y al ejército.

Los ocho músicos de que constaba la banda vestían aún, cuando iban a tocar de ceremonia, el antiguo uniforme de la extinguida institución defensora de nuestras libertades. Eran los músicos menestrales o jornaleros de los más listos; no tocaban mal, y siempre el Municipio les pagaba un buen estipendio: seis y hasta ocho reales a cada uno.

El marino tuvo que rebuscar en el fondo de su memoria para acordarse de una chicuela de cuatro años que andaba á gatas por la playa del pueblo de su madre mientras él, con una gravedad de hombrecito, oía contar al viejo secretario del Municipio las pretéritas grandezas de la marina catalana.

El imperio de la chaqueta era tan general como lo real; por entonces todos vestían chaqueta, como todos pertenecían á una corporación, municipio, archicofradía ó instituto real. Todo era chaqueta y todo era real. La majestad andaba en chaqueta.

Salvador seguía visitando a sus enfermos con la misma atención que cuando de su carrera hacía estímulo de prosperidad y base de la existencia, sólo que ahora había renunciado a la subvención del Municipio para que otro médico la disfrutase. Enamorado de su profesión, hizo de ella un culto piadoso, que practicaba en favor de los pobres.

En virtud de un rescripto dirigido al municipio de Oporto, fecho en Lisboa el 30 de Mayo de 1560, prohibió más tarde el rey D. Sebastián los abusos, que se habían deslizado ya en la procesión del Corpus de esa ciudad, apareciendo de él que se elegían anualmente cinco ó seis doncellas de las más hermosas, hijas de menestrales, para representar á Santa Catalina, Santa Clara y otras Santas, y que no siempre guardaban el decoro que convenía á sus papeles.