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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Del tormento que estas ideas daban a su alma se defendía Barbarita con su ardiente fe religiosa. Mientras oraba, una voz interior, susurro dulcísimo como chismes traídos por el Ángel de la Guarda, le decía que su hijo no moriría antes que ella.
Y la hija aprovechó la ocasión para dejar oír una voz de monjita tímida, que contrastaba con sus ardientes ojos orientales: Sí; papá vive mejor aquí. Aquí estás más tranquilo añadió el capitán y haces menos pecados. Febrer pensaba en el tormento de pasar su existencia al lado de aquel fuelle roto. Por fortuna, moriría pronto.
Pero ahora estaba solo. Moriría aislado; lo único que le fortalecía era la certeza de la muerte como solución para sus males.
Moriría al pie del cañón, a los pies de su tiple, sobre los escombros de su pasión, de su Zaragoza.... No disparatemos, seamos positivos se dijo. Y se llevó las manos a los bolsillos con gesto de impaciente incertidumbre... ¿Si habría dejado aquellas onzas en casa del infame?... No... estaban allí, en el bolsillo interior del gabán... ¡lo que era el instinto!
«Su padre había perdido la cabeza. Ya no podría confesar si no recobraba la razón... sólo por milagro de Dios». Ni puede, ni quiere, ni debe exclamó don Pompeyo cruzado de brazos, inflexible, dispuesto a no dejarse enternecer por el dolor ajeno. El día de la Concepción, muy temprano, el médico Somoza dijo que don Santos moriría al obscurecer.
Por lo mismo, madre mía, suplico a usted que desmienta mis relaciones amorosas con esa mujer, y que no contribuya a difamarla y hacer acaso la infelicidad de su marido, que es un hombre excelente. Si el infeliz llegase a saber lo que, tan a pesar mío y tan sin fundamento, dice de nosotros la maledicencia, se moriría de dolor. ¡No lo permita nunca el cielo!
Era sabido el final de todos los picadores, después de una vida de horribles costaladas: el que no moría repentinamente de un accidente desconocido y fulminante, acababa sus días loco. Así moriría el pobrecito Potaje; y tantas fatigas a cambio de un puñado de duros, mientras que otros...
El señor Cuadros era un hombre perdido para siempre, un hambriento que había gustado el fruto prohibido, tras muchos años de vida obscura y laboriosa, sin saber lo que era juventud y trabajando como una bestia de carga. Antes moriría que hallarse saciado. Nada podría adelantar su esposa alejándolo de Clarita.
No, por fortuna replicó el Duque; pero en su juventud, ciertas ideas de gloria y ambición trastornaron su cabeza, y una grave enfermedad que ha sufrido últimamente, de la que llegamos a creer todos que moriría, ha dejado en su cerebro una especie de delirio por el cual se figura continuamente que sólo le queda un día de vida. En esto consiste su locura. Entonces, todo se aclaró para mí.
Pero bien podía suceder que Doña Francisca no lo creyese, y que se quebrantara el lazo de amistad que desde tan antiguo las unía; y si la señora se enojaba de veras, arrojándola de su lado, Nina se moriría de pena, porque no podía vivir sin Doña Paca, a quien amaba por sus buenas cualidades y casi casi por sus defectos.
Palabra del Dia
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