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Actualizado: 21 de junio de 2025


Los hilos montaban unos sobre otros, quejándose de la torsión violenta, y en toda su magnitud rectilínea había un estremecimiento de cosa dolorida y martirizada que irritaba los nervios del espectador, cual si también, al través de las carnes, los conductores de la sensibilidad estuviesen sometidos a una torsión semejante.

Las amantes de los dos amigos se llevaban bastante bien, lo cual equivale a decir que sólo se peleaban una vez por semana. ¡Qué bello es contemplar cuatro corazones que laten al unísono! Los hombres montaban a caballo, leían el Fígaro, o comentaban los chismes de la ciudad; las damas se echaban mutuamente las cartas, con gracia sin igual: ¡una edad de oro en miniatura!

Tras éstos, surgían en la interesante cronología los arzobispos guerreros; los prelados de cota de malla y hacha de dos filos; los conquistadores, que, dejando el coro a los humildes, montaban en su trotón de guerra y creían no servir a Dios si en el año no añadían algunas aldeas y montes a los bienes de la Iglesia. Llegaban en el siglo xi, con Alfonso VI, a la conquista de Toledo.

En esto se presentaron inesperadamente unos piratas españoles, mandados por un tal Bernardino Talavera, audaz facineroso. Montaban en un buque que habían robado a un mercader genovés y se ofrecían para vender víveres a los sitiados. Ojeda, convaleciente de su herida, se embarcó con ellos para solicitar auxilios del gobernador de Santo Domingo.

Desde los bergantines cuadrúpedos que montaban se alargaron la mano con el mayor estrecho, y de pies cayeron en un diálogo, si instructivo, más edificante todavía, y que sentimos no poder trasladar en su totalidad por no poderlo recoger a las márgenes estrechas de este reducido cuadro.

Yo me metí corriendo en la casa continuó el pequeño . La patroncita fué á salir para ver qué pasaba, pero llegaron los tres hombres malos y le echaron un poncho por la cabeza. Me escondí debajo de una mesa; luego me asomé, y vi cómo montaban y se llevaban á la patroncita, que hacía con sus brazos así... así, debajo del poncho. Y no más.

Los conductores saltaban de sus caballos, corrían a la pieza, la desprendían del tren delantero que se alejaba al trote, y la disponían a hacer fuego con sorprendente rapidez. Luego volvían los tiros, los conductores enganchaban las piezas, montaban con presteza y el regimiento se lanzaba a gran trote a través de los campos de maniobras.

Los caballos, aunque espoleados duramente por los que los montaban, no tuvieron fuerza bastante para descuartizar al indio, y á éste, descoyuntado, después de tirar de él un rato en distintas direcciones, tuvieron que desatarle de los caballos y cortarle la cabeza.

Pero no fué cumplido el contento, porque mientras se trataba de exterminar lo restante de los enemigos que habían quedado en las tierras de los Penoquís en guardia de la presa que montaban más de mil quinientas almas y de limpiar totalmente el país, nacieron, no de qué origen, algunas disensiones entre los cabos, con que se tuvo por mejor consejo levantar el campo y volver á la ciudad de San Lorenzo, de donde saliéronlos á recibir el gobernador, alcaldes y regidores con toda la ciudad; fueron recibidos con festivos repiques de las campanas de todas las iglesias y con muchos tiros de artillería que disparó el castillo, y por muchos días se celebró con gran magnificencia aquella poco menos que milagrosa victoria.

Se trasladó a pie hasta la Peña. Ya le esperaban allí sus testigos. Con ellos iba un amigo médico. Subieron al carruaje al sonar las dos y cuando montaban vieron que arrancaba también del Veloz otro carruaje donde debía de ir el marqués. Mientras duró el trayecto tanto él como sus amigos afectaron alegría.

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