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Actualizado: 24 de junio de 2025


Los que hemos nacido para soldados, a llevar a cuestas la mochila del trabajo, sin pensar en insurrecciones ni en hacer fuego por la espalda sobre los jefes. , que has nacido para oficial, a coger pronto los galones y a ver si algún día pescas la faja. Maltrana sonreía escuchando a su padrastro.

Una mañana, el lego de la portería avistó al alegre padre Loriot, trepando por el camino ingente del Purgo, con su mochila al hombro y una criatura en los brazos; la había encontrado abandonada, desnudita, muriéndose a la orilla desolada de un camino.

En eso dice usted verdad. Algunas noches, al asomarme a esta baranda, me fijo en los emigrantes que duermen al aire libre huyendo del calor de los sollados. Ofrecen el aspecto de un campamento, y por esto tal vez viene a mi memoria el recuerdo de los granaderos de Napoleón, que no eran más que simples soldados, pero al dormir sobre la tierra dura veían desfilar en sus ensueños toda clase de grandezas. Cada uno creía llevar en su mochila el bastón de mariscal, y esto bastaba para que corrieran sin cansancio toda Europa de combate en combate.

Los heridos gemían encorvados ó permanecían en el suelo, apoyada la espalda en un árbol, con un mutismo doloroso. Algunos habían abierto la mochila para sacar su bolsa de sanidad y atendían á la curación de los desgarrones de su carne. La infantería disparaba ahora sus fusiles incesantemente. El número de tiradores había aumentado.

En los caminos y las montañas se veían filas de mocetones despechugados, con la cabeza descubierta, un palo en la mano y una mochila alpestre á la espalda, entreteniendo sus ocios con excursiones de placer que tal vez eran al mismo tiempo de previsor estudio. Todos ellos procedían del otro hemisferio.

«Permiso de veinticuatro horas al granadero Gaspar Lefèvre, de la 2.ª del 1.º. »Hoy, 3 de enero de 1814. »Gémeau, comandante del batallónBien, bien dijo Hullin ; mete esto en la mochila, porque puede perderse. Juan Claudio había vuelto a adquirir su alegría habitual.

Levantose Gaspar; pero Hullin se interpuso, y estrechándole fuertemente las manos, mientras que un ligero temblor le agitaba el rostro, exclamó: ¡Está muy bien! ¡Acabas de hablar como un hombre! La señora Lefèvre se aproximó a su hijo reposadamente, para atarle la mochila a los hombros.

Se habían sentado un momento al borde del camino, agonizantes de cansancio, para respirar sin el peso de la mochila, para sacar sus pies del encierro de los zapatos, para limpiarse el sudor, y al querer reanudar la marcha les era imposible levantarse. Su cuerpo parecía de piedra. La fatiga los sumía en un estado semejante á la catalepsia.

Ponle una mochila azul Y un freno de campanillas, La más fuerte de mis sillas Y una adarga de Gazul; Una lanza de dos hierros, Que los estremos se igualen, Por si al camino me salen ¿Esos eran los consejos De caballero y de noble? ¡Buenas tretas son, Alcaide! Quien no te entiende, te compre.

La línea de infantería se aplastó en el suelo. Los hombres se contraían, para hacerse menos visibles, junto á las aspilleras por las que asomaban sus fusiles. Muchos se habían colocado la mochila sobre la cabeza ó la espalda para que les defendiese de los cascos de obús. Si se movían, era para amoldarse mejor en la tierra, buscando excavarla con su vientre.

Palabra del Dia

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