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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Desde el fondo de la gañanía le llamaban los compañeros, anunciándole que apenas quedaba gazpacho en el barreño, pero él seguía bajo la luz del candil, sentado en un pedazo de tronco, encorvado el cuerpo sobre una mesilla baja, en la que se empotraban sus rodillas como en un cepo. Escribía lenta y trabajosamente, con una testarudez de campesino.

Continuaba en el sofá, apoyado el codo en la mesilla y la cabeza en la mano, mirando al suelo como si quisiera contar los juncos de la esterita que había junto al sofá. Las dos mujeres se miraban, comunicándose con los ojos malas impresiones. «Eso murmuró él de una manera torva y recelosa . Quieren echarme a la calle, para...». Pero alma de Dios, si va ella contigo... ¿Y a dónde me quiere llevar?

»Y por la noche, cuando me acuesto, pongo el relojito sobre la mesilla: su andar suave resuena en la alcoba. ¡Mar-cha! ¡Mar-cha!, parece que me dice. Y yo marcho, Pepita; yo leo una muchedumbre de libros, yo emborrono una atrocidad de cuartillas, pero esa gloria tan casquivana no llega, no llega... »Adiós; escríbeme. «Pepita: Ya soy un periodista político terrible.

¡Y qué importa que se enfade! respondió con alguna aspereza el joven. Es que me va a echar la culpa a . Bien, pues dile que he sido yo y asunto arreglado. Entró en la alcoba, levantó las cortinas del lecho, tomó en la mano los libros que había sobre la mesa de noche, tornó a dejarlos y concluyó por tirar del cajón de la mesilla.

Puede esto ir para largo y tener que velar mucho.... Si me dejan esos intrusos. Lo que extraño es que Emma, que siempre me ha tenido por enfermero, y casi casi por mesilla de noche, no me llame ahora a su lado. ¡Mujer más rara! Y ahora que yo la ayudaría con tanto gusto».

También había una mesilla con libros, al parecer devotos, y en las paredes no cabían ya más estampas y láminas bordadas, entre las cuales el mayor número era una variada serie de perritos con el rabo tieso y los ojos de cuentas negras.

Un fuerte olor de drogas y medicinas partía de los frascos acumulados en la mesilla de noche; pero Marta no se mareaba con ningún olor, ¡tenía la cabeza firme!, y su salud, jamás alterada, era la envidia de todos los de casa. Ricardo también se sentaba a veces a los pies de la enferma.

El mostrador iba de una á otra pared á lo ancho y era oscuro, y estaba resplandeciente por el uso lo mismo que si lo acabasen de barnizar. Había clavadas en él algunas monedas falsas, y en uno de sus extremos se veía una pecera sucia por la cual nadaban algunos pececillos colorados. Detrás del mostrador, y en un rincón de la tienda, una mesilla rodeada por un enrejado de madera pintada de verde.

Sobre la rica alfombra de terciopelo había algunos escupitajos y puntas de cigarro. En la delicada mesilla del centro una licorera con las botellas casi vacías y las copas fuera de su sitio. El duque echó una mirada torva a esta licorera y alzó suavemente la cortina de la alcoba.

Las paredes estaban acolchadas con damasco amarillo; las sillas eran doradas igual que una mesilla de centro y un armarito para colocar chucherías. Observábase en aquella estancia, perteneciente a una mujer, el mismo desorden que suelen presentar los cuartos de los estudiantes o militares. Diversas prendas de vestir, enaguas, corsé, medias, andaban esparcidas por las sillas.

Palabra del Dia

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