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Actualizado: 15 de octubre de 2025
Hizo asimismo estrechas relaciones con un señor de la nobleza perteneciente á la casa ilustre de los Porreños y Venegas, marqueses de la Jarandilla; y tomó tal afición á esta familia, que la sirvió fielmente en la prosperidad, y fué su mayordomo, aun después de la ruina de la casa, acontecida al fin de la guerra.
Cada uno de estos hurtos los amenizaba con carcajadas, explicaciones humorísticas que ya no hacían reír. Todos sabían que aquél era el vicio de doña Visita. Las señoras dejaron a los criados el cuidado de la merienda y se fueron a lavar las manos, y arreglar traje y peinado. Ya sabían dónde estaba el tocador para tales casos. Era la habitación donde había muerto la hija segunda de los Marqueses.
El P. Enrique se instaló muy cómoda y holgadamente en casa de los Marqueses de Villafría, donde Tomás se ofreció para cuidarle; pero el P. Enrique traía consigo un criado chino, llamado Ramón, que le cuidaba con el mayor esmero. Vida del Padre en el lugar
A excepción de dos o tres individualidades de intachable pureza, eran gente de economías, y andando el tiempo, con las compras de bienes desamortizados, formaron una aristocracia que poco a poco se hizo respetable, y en la cual hay muchos marqueses y un formidable elemento de orden. En lo militar fueron poco escrupulosos, y se les ha visto pronunciarse con naturalidad y hasta con gracia.
Ana se comparaba con la hija del Comendador; el caserón de los Ozores era su convento, su marido la regla estrecha de hastío y frialdad en que ya había profesado ocho años hacía... y don Juan... ¡don Juan aquel Mesía que también se filtraba por las paredes, aparecía por milagro y llenaba el aire con su presencia!». Entre el acto tercero y el cuarto don Álvaro vino al palco de los marqueses.
Adiós, adiós, dormir bien dijo Ana, detrás de las vidrieras; y cerró las contraventanas de golpe y corrió el pestillo. Como la romería de San Pedro hubo muchas durante el mes de julio por los alrededores del Vivero. A casi todas asistieron los Marqueses y sus amigos.
Desde aquellos días se echó en la casa de los marqueses de Montálvez una raya por debajo de lo vivido hasta allí, y se abrió una vida nueva, cuyo centro, cuyo eje, era el recién nacido heredero de los títulos y preeminencias de su padre; por lo que la pobre Verónica, elemento principalísimo de la vida vieja, quedó entre lo más alto y olvidado de la raya para arriba, como trasto inútil en obscuro desván.
Pocos días faltaban ya para que D. Jaime volviese por ella. Ya había él tomado casa a propósito, y casi la tenía amueblada. Ya había sacado el título. Ya podían ambos esposos llamarse los marqueses de Villafría. D. Jaime iba a llegar dentro de aquella misma semana, y era ya miércoles.
A fines del siglo era Elías mayordomo mayor de la casa de los Porreños y Venegas. La ruina de esta histórica casa data de aquella misma época. Don Baltasar Porreño, Marqués de Porreño, que había sido Consejero íntimo de Carlos IV, entabló un pleito con un pariente suyo, descendiente de los Marqueses de Vedia.
Con Paco únicamente desahogaba, y pocas veces. Pero Ana creía en un complot y esto la ayudaba no poco en su defensa. Iba de tarde en tarde a casa de Vegallana, a pesar de protestas pesadas, insufribles de Quintanar, que repetía: ¡Qué dirán esos señores, Anita, qué dirán los Marqueses! Si don Álvaro perdía la esperanza, el Magistral tampoco estaba satisfecho.
Palabra del Dia
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