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Actualizado: 12 de junio de 2025
Todas las columnas, rojas ó amarillas, tenían capiteles de diversos colores. Predominaba en los muros el negro charolado con el rojo y el ámbar, ocupando su centro un pequeño cuadro, las más de las veces erótico. En los frisos cabalgaban amores y tritones entre emblemas campestres y marítimos.
Como todo buque tiene la misma arma agresiva, un combate naval es á modo de una lucha de pulpos en los abismos marítimos, entrelazando la maraña de sus patas metálicas, tirando el uno del otro, hasta que el más hábil ó el más forzudo consigue paralizar al adversario. Además, los navíos están armados con unos aparatos que hacen oficio de tijeras para cortar los cables metálicos del enemigo.
Cuando el capitán llegaba al final de las cuatro galerías del Acuario sin haber visto mas que animales marítimos detrás de los vidrios luminosos y personas indiferentes y escasas en la verde penumbra, sentía el desaliento de una jornada perdida. ¡Ya no vendrá!...
El espíritu de independencia, desarrollado por los hábitos marítimos y comerciales, ha hecho calificar á los Catalanes de revoltosos é ingobernables, y especialmente á su poblacion montañesa de terrible. Eso es un error. Los verdaderos intratables son los que han querido oprimir á los Catalanes y privarles de sus libertades tradicionales, su lengua, sus costumbres y prosperidad.
Cuando la marea sube, se ve un interminable cordon de navíos marítimos de todas las naciones, remontando el rio á remolque de pequeños vapores hasta llegar á los Diques de Lóndres, esos almacenes colosales de madera y piedra que guardan en su seno los tesoros del mundo comercial.
Porque ocurrió también la feliz coincidencia de que apurado el punto de las opiniones pictóricas de Nieves, salió de golpe y porrazo don Claudio Fuertes diciéndola: En este mismo sitio y al oír a usted que le gustaban mucho los paseos marítimos, la prometí anteayer que no le faltarían medios de satisfacer ese gusto, si se empeñaba usted en ello.
A él sólo le interesaba el Mediterráneo de la Edad Media, el de los reyes de Aragón, el mar catalán. Y como si temiese molestar el orgullo regionalista de su juvenil oyente, el pobre secretario daba explicaciones. La llamada marina catalana no era sólo de Cataluña: pertenecía á los monarcas aragoneses, y entraban en ella todos sus Estados marítimos.
Estaba en un picacho de los Alpes Marítimos, á la vista de Monte-Carlo, cerca del pueblo de La Turbie y de los restos del Trofeo de Augusto, que marcan el emplazamiento de la antigua vía romana.
Talvez convendria adoptar el principio, recien admitido en Francia por la Compañia general de la navegacion de los rios, etc., de aplicar á los trasportes maritimos las fuerzas locomotivas de los terrestres; estableciendo convoyes, ó tropas de barcos, como las hay de carretas, y poniendo al remolque de un buque de vapor muchos otros de carga, del mismo modo que un carro de vapor arrastra á los waggons en los carriles de fierro.
A las seis de la tarde el huracán era deshecho. Su descripción es imposible. La pluma jamás puede llegar á estas manifestaciones de la naturaleza. El que escribe estas líneas ha recorrido muchos mares; le son conocidos los fenómenos marítimos, pero en verdad, ni en su memoria, ni en su imaginación, pudo nunca comprender el espectáculo que en los cielos y en los mares desarrolla un tifón.
Palabra del Dia
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