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Actualizado: 3 de junio de 2025


¿Quién habla de eso, hijo mío? dijo el capitán persignándose ; soy demasiado buen cristiano, aprecio demasiado la salvación del cuerpo y del alma de mis marineros para exponerlos así. En hora buena, capitán, eso es; cuide sobre todo de la salvación del cuerpo, ¿entiende usted? del cuerpo de sus marinos, es lo más importante dijo Santiago un poco más tranquilo.

El hombre herido no debe fiarse de aquellos roedores. Cuéntase que en una isla desierta se comieron á varios de los marineros que llevaba Drake, los cuales se vieron asaltados, vencidos por sus bullidoras legiones. Ningún ser viviente puede vencerlos con armas iguales.

Corrían los marineros por las vergas; manejaban otros las brazas, prontos a la voz del contramaestre, y todas las voces del navío, antes mudas, llenaban el aire con espantosa algarabía.

Con cuatro barcas pesadísimas é inadecuadas para tal viaje, había salido de Carmen de Patagones, en la costa atlántica, llevando por tripulación unos sesenta hombres. Este puñado de marineros se internaban en un país totalmente inexplorado, en el que vivían los indios más irreductibles y feroces.

Con un cargamento tan ligero subimos hacia el norte con los alisios, teniendo que echar varias veces algunos viejos negros al mar para regalo de los tiburones, y, al pasar cerca de la isla de la Ascensión, estuvimos a pique de ser cazados por un crucero inglés. Los viajes de El Dragón tomaban un nuevo aspecto. Según algunos marineros, el doctor Cornelius había echado la maldición al barco.

Creyó asistir á una fiesta de marineros hambrientos, ansiosos de resarcirse de un golpe de todas las privaciones anteriores. Y sentía los mismos deseos de huir que su padre. De este viaje volvió Marcelo Desnoyers con una melancólica resignación. Aquellas gentes habían progresado mucho. El no era un patriota ciego, y reconocía lo evidente.

Y ése es el que estáis viendo, amarrado por sus dos cables. A bordo había poca gente: el contramaestre, seis marineros y un grumete; nadie más. Los marineros estaban agrupados en los obenques o sentados sobre los afustes de los cañones.

Y enardecido por su entusiasmo, se escapaba de las manos de dos marineros que habían empezado á vendarle la cabeza con una pulcritud aprendida en los combates terrestres. Ferragut quedó satisfecho del encuentro. No estaba seguro de la destrucción del enemigo; pero si se había salvado podía llevar la noticia á los otros de que el Mare nostrum era capaz de defenderse.

Tal debía ser, poco más o menos, el resumen de las reflexiones de Kernok, porque permaneció risueño y tranquilo a la vista de aquel horrible espectáculo. Sus marineros, al contrario, se habían mirado largo rato con una especie de extrañeza estúpida.

En días de tormenta, cuando las olas barrían la cubierta de proa ó popa y los marineros avanzaban recelosos, temiendo que se los llevase un golpe de mar, Caragòl sacaba la cabeza por la puerta de la cocina, despreciando un peligro que no podía ver.

Palabra del Dia

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