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Actualizado: 29 de junio de 2025
Hácelos formar, y los culpables son reconocidos. Seiscientos azotes es la pena que cada uno sufre. El vecino, espantado, pide para las víctimas, y le amenazan con llevar la misma porción. Porque así es el gaucho argentino: mata porque le mandan sus caudillos matar, y no roba porque no se lo mandan.
Pero Buenos Aires, en medio de todos estos vaivenes, muestra la fuerza revolucionaria de que está dotada. Bolívar es todo; Venezuela es la peana de aquella colosal figura; Buenos Aires es una ciudad entera de revolucionarios; Belgrano, Rondeau, San Martín, Alvear y los cien generales que mandan sus ejércitos son sus instrumentos, sus brazos, no su cabeza ni su cuerpo.
Al escuchar las explicaciones que le dio Jaime, al enterarse de su antiguo respeto al pasado y de aquella sumisión a la influencia de los muertos que había entorpecido su vida, confinándolo en una isla apartada, Valls quedó silencioso y abstraído. ¿Tú crees que los muertos mandan, Pablo?... El capitán se encogió de hombros. Para él no había en el mundo nada absoluto.
Los muertos mandan, y es inútil que los vivos se resistan a obedecer. Todas las rebeliones por salir de esta servidumbre, por romper la cadena de los siglos, todas mentira. Febrer recordaba la rueda sagrada de los indios, símbolo budista que había visto en París al presenciar una ceremonia religiosa oriental en un museo. La rueda es el símbolo de nuestra vida.
Se derribó la tiranía; se creyó que íbamos á tener libertad, y nos han engañado. Cuatro tiranuelos nos mandan constitucionalmente, y constitucionalmente nos persiguen como antes. Esto no nos satisface; queremos más. Adelante, pues. Pero el medio es espantoso. Yo no quiero para mi patria los horrores de la Revolución francesa. Después de un Terror no puede venir sino la dictadura.
Los niños han leído mucho el número pasado de La Edad de Oro, y son graciosas las cartas que mandan, preguntando si es verdad todo lo que dice el artículo de la Exposición de París. Por supuesto que es verdad.
Yo obedezco la ley que es tal ley, la que han hecho los que pueden hacerla, elegidos por mí y mis hermanos, elegidos por todos. A ti no te toca examinar la ley, sino obedecerla. ¿Y si me mandan una infamia? No te la mandarán. ¿Y si me la mandan? Te digo que no te la mandarán.
Prefiero ver al tirano desenmascarado y franco, mostrando su torva, sanguinaria faz de demonio; prefiero la insolencia desnuda de un bárbaro abominable, abortado por el infierno, á la hipócrita crueldad, al despotismo encubierto y disfrazado de estos hombres que nos mandan y nos dirigen escudados con el nombre de liberales, haciendo leyes á su antojo, para después obligarnos con el respeto á la ley; seduciéndonos con el nombre de libertad para después ametrallarnos en nombre del orden; llamándose representantes de todos nosotros para después insultarnos en las Cortes llamándonos bandidos.
Años tenía la buena señora para obrar por su propia cuenta. Sus reflexiones fueron tan amargas como exactas. «Todo es en balde: armo un alboroto, grito, insulto a estas mujeres, llamo a mi madre... cierran la puerta, mandan venir una pareja... y mi padre se queda solo, sabe Dios hasta cuándo.» Está bien, señora dijo; pero no es fácil engañarme. ¡Mi madre está ahí dentro!
D. Diego Muñoz Torrero. Parece que vuelve a hablar. En efecto, Muñoz Torrero pronunció un segundo discurso en apoyo de sus proposiciones. Ahora me ha gustado más, mucho más, señora condesa dijo la de Cisniega . A este hombre le haría yo obispo. ¿No es justo y razonable lo que ha dicho? Sí, que las Cortes mandan y el rey obedece.
Palabra del Dia
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