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Actualizado: 4 de junio de 2025
Pepe estaba en el descansillo de la escalera tendido poca arriba: había dejado el bastón apoyado en la pared: el sombrero debió de tirarlo porque se halló en el tramo de abajo: se disparó en la sien derecha, en la cual se veía un agujero muy pequeño de donde manaba un hilo de sangre que se escurría metiéndose entre la camisa y el cuello... ¡Qué cosa tan horrible!
Allí se hallaba, cortando el paso del puente, retando a sus contrarios y al Duque mismo; al paso que aquéllos, sin armas de fuego, temblaban ante el denodado joven, sin osar atacarlo. Hablábanse en voz baja y tras ellos, apoyado contra el dintel de la puerta, vi a mi amigo Juan, que con un pañuelo procuraba restañar la sangre que manaba de una herida recibida en la mejilla.
Y cuenta la gente piadosa que, todavía a principios de este siglo, se realizaba en la mencionada efigie un singular milagro. Todos los años, el 8 de Septiembre, día de la Natividad de la Virgen Nuestra Señora, una gotita de color rojo, a modo de sangre, manaba de la herida. No ha de extrañarse que el prodigio no se realice hoy, porque no merecen verle los que de fe carecen.
El comedor, que ocupaba la parte trasera del piso bajo, tenía por complemento un invernadero de excepcionales dimensiones, donde crecían gran número de arbustos y flores exóticas y donde el agua que manaba profusamente formaba estanquecillos y cascadas muy gratos de ver; todo imitando, en lo posible, a la naturaleza.
Pero al ponerle una de las veces la mano en la cara observó, con sorpresa, que la humedad que le mojó los dedos era caliente. Comunicada esta observación con su antagonista, y como quiera que ya habían llegado a las primeras casas de la ciudad, metieron a la niña en un portal, encendió el barón un fósforo y la reconocieron. Tenía todo el rostro bañado de sangre, que manaba de algunos profundos arañazos, las manos cubiertas de cardenales. Los dos héroes se miraron aterrados, y la misma ola de indignación encendió sus mejillas. El barón dejó escapar una serie de imprecaciones fulminantes.
Precipitadamente le bajaron dos marineros a la cámara. Mi amo continuaba inmóvil en su puesto; pero de su brazo izquierdo manaba mucha sangre. Corrí hacia él para auxiliarle, y antes que yo llegase, un oficial se le acercó, intentando convencerle de que debía bajar a la cámara. No había éste pronunciado dos palabras, cuando una bala le llevó la mitad de la cabeza, y su sangre salpicó mi rostro.
La causa principal de la retirada había quedado oculta. El rey procuró y logró que se ocultase para que su gente no desmayara. Un dardo enemigo había atravesado su muslo derecho. De la honda herida manaba mucha sangre, y el rey apenas podía tenerse en pie.
Volvió á orar con todo fervor, se encomendó á Dios de todo corazón y de nuevo quedó dormida. Al despertar penetraba ya la luz por la chimenea. De nuevo sintió una sed abrasadora y otra vez volvió á calmarla con el agua sucia que manaba de las paredes. Miró por el agujero y vió el puntito de cielo. Esta vista infundió en su pecho un ansia loca de vivir.
Al fin llegó el hanson, y, deslizando una buena propina en la mano del policía, entré en aquél y partimos, lentamente, a través de la niebla, casi al paso, tal era la dificultad de poder marchar. Había colocado sobre el lado derecho de la espalda mi bufanda de seda, para restañar la sangre que manaba de mi herida.
Vió á un muchacho del pueblo entre dos alemanes que le apuntaban al pecho con sus bayonetas. Estaba pálido, con una palidez de cera. Su camisa, sucia de hollín, aparecía desgarrada de un modo trágico, denunciando los manotones de la lucha. En una sien tenía una desolladura que manaba sangre.
Palabra del Dia
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