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Actualizado: 6 de junio de 2025
El Magistral empezaba a despreciar un poco los años de su próxima juventud, le parecían a veces algo ridículos sus ensueños y la conciencia no se complacía en repasar todos los actos de aquella época de pasiones reconcentradas, poco y mal satisfechas.
«¿Pero qué hace allá esa gente?» se preguntó el Magistral, aunque añadiendo para satisfacción de su conciencia que a él, por supuesto, no le importaba nada.
Vamos, es una pagana que quiere convertirse. El Magistral calló. Con su madre no disputaba. Ayer tarde no fuiste a ver al señor de Ronzal. Se me pasó la hora de la cita....
No le parecía ser el mismo. ¿No era algo por el estilo lo que creía sentir desde la tarde anterior? ¿No eran las mismas fibras las que vibraban entonces, allá en las orillas del Bernesga, y las que ahora se movían como una música plácida para el alma?». En los labios del Magistral asomó una sonrisa de amargura. «Aunque todo ello sea una ilusión, un sueño, ¿por qué no soñar?
El Magistral oyó con paciencia el discurso del médico y, por decir algo, dijo: No podrá usted negar que en esta casa el trato es jovial, franco; a cien leguas de toda gazmoñería. ¡Otra farsa! No sé quién diablos ha enseñado a mi prima esta comedia. El que entra aquí piensa que es calumnia lo que se cuenta de la rigidez monástica de este hogar honrado, pero aburrido. Las apariencias engañan.
Una ráfaga de aire frío hizo temblar a la Regenta y arremolinó hojas secas a la entrada del cenador. El Magistral se puso en pie, como si le hubieran pinchado, y dijo con voz de susto: ¡Caramba! debe de ser muy tarde. Nos hemos entretenido aquí charlando... charlando...
Así, el Magistral conocía los deslices, las manías, los vicios y hasta los crímenes a veces, de muchos señores vetustenses que no confesaban con él o no confesaban con nadie.
Teresina creyó que el recado de las señoritas de Guimarán era cosa grave, y merecía la pena de infringir la regla general. Están ahí de parte de la señora y señoritas de Guimarán.... ¡De Guimarán! dijo el Magistral que estaba despierto, aunque tenía los ojos cerrados. ¡De Guimarán! Tú estás loca... dijo doña Paula muy bajo.
Por todo lo cual fue mayor el escándalo, y no se habló en mucho tiempo más que de la influencia deletérea del Magistral y de la muerte de sor Teresa. Sobre su conciencia tiene esa desgracia. Es un vampiro espiritual, que chupa la sangre de nuestras hijas. Esto es una especie de contribución de sangre que pagamos al fanatismo. Esto es una especie de tributo de las cien doncellas.
Volvía a valerse de sofismas para callar en la confesión aquella flaqueza: «ella no quería» en cuanto mandaba en su pensamiento, lo apartaba de las imágenes pecaminosas; huía de don Álvaro, no pecaba voluntariamente. ¿Habría pecado involuntario? De esto habló un día con el Magistral, sin decirle que la consulta le importaba por ella misma.
Palabra del Dia
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