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Actualizado: 6 de junio de 2025
Pero á falta de este recurso, apeló á un zurriago que para los grandes lances estaba colgado en la pared, detrás de la mesa, y se fué con él encima del primer grupo de amotinados que jugaban á la pelota y habían derribado ya con ella el tintero magistral.
Ella los encontró...; pero sonriéndoles y saludando con la mano les dijo, desde la puerta: Nada, nada... venía por unos papeles.... Ya volveré... Ana iba a llamarla: «no había secretos, ¿por qué se retiraba aquella señora?...» esto quería decirle, pero un gesto del Magistral la contuvo. Déjela usted dijo De Pas con un tono imperioso que a la Regenta siempre le sonaba bien.
«Y Ana, que pasaba por hija predilecta de confesión del Magistral, por devota en ejercicio, se había presentado en el teatro en noche prohibida, rompiendo por todo, haciendo alarde de no respetar piadosos escrúpulos, pues precisamente ella no frecuentaba semejante sitio.... Y precisamente aquella noche...».
La elocuencia del Magistral en el confesonario no era como la que usaba en el púlpito; ahora lo notaba. En el confesonario aprovechaba las palabras familiares que dicen tan bien ciertas cosas que jamás había visto ella en los libros llenos de retórica.
El Magistral se sentía como estrangulado por la emoción. La Regenta hablaba ni más ni menos como él la había hecho hablar tantas veces en las novelas que se contaba a sí mismo al dormirse.
Cuando acabó de beber el vaso de agua que sabía a polvo, el Magistral aún no sabía lo que iba a decir. Pero los ojos de Quintanar seguían preguntando pasmados, y don Fermín habló...
Chupaba la niña y tosía haciendo monadas; chupaba Angelito para darle magistral ejemplo, y tomaba a chupar y a toser la colegialita, encontrando el juego muy divertido. Parecía complacerla mucho tener por maestro un grande de España, y procuraba estudiar el chic de aquellas ilustres damas, que como modelos de distinción le proponía su madre.
Le recibieron Ana y don Víctor en el comedor. Ya era amigo de confianza. Durante las dos enfermedades de la Regenta, el Magistral había prestado muchos servicios a don Víctor, y este aunque le era algo antipático el Magistral, se los había agradecido.
Entonces el Magistral, allá dentro, callaba; y cuando ella terminó, la voz del confesonario temblaba al decir: «Hija mía, esa historia de sus tristezas, de sus ensueños, de sus aprensiones merece que yo medite mucho.
Los dos guardaban un secreto. Cuando creían conocerse uno a otro hasta el último rincón del alma, estaba pensando cada cual en la mala acción que cometía callando lo que callaba. El Magistral padecía mucho siempre que Ana le hablaba de la salud que él perdía. «¡Si ella supiera!».
Palabra del Dia
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