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Actualizado: 13 de julio de 2025
Cuando Cobo hubo realizado varios de aquellos viajes de un coche a otro, que no dejaban de ser peligrosos por la velocidad del tren, Lola Madariaga, fijando una mirada burlona, primero en Clementina, luego en Alcázar, dijo a éste: Alcázar, ¿se atreve usted a ir a pedir a la condesa de Cotorraso su frasco de sales? Me siento un poco mareada.
Miranda siguió muchos meses en los calabozos de Puerto-Cabello, de donde fué trasladado á Cádiz y con destino al arsenal de la Carraca, que andando el tiempo le vió morir el dia 14 de Mayo de 1816. Juan Pablo Ayala, Madariaga, Mirés y Roscio, patriotas venerables, fueron tambien remitidos á España y encerrados en seguida en los presidios de África.
Fué la guerra, una guerra doméstica, lo que estalló en el idílico escenario de la estancia. «Patroncito, corra, que el patrón viejo ha pelado cuchillo y quiere matar al alemán.» Y Desnoyers había corrido fuera de su escritorio, avisado por las voces de un peón. Madariaga perseguía cuchillo en mano á Karl, atropellando á todos los que intentaban cerrarle el paso.
Todos los operarios temblaban más o menos y ofrecían las mismas señales de decrepitud. El director les propuso ir a ver el hospital. Algunos mostraron repugnancia; pero Lola Madariaga, que no perdía ocasión de exhibir sus sentimientos benéficos, rompió la marcha y la siguieron la mayor parte de las señoras y algunos caballeros. Otros se quedaron.
Sí, al siete por ciento con buena hipoteca replicó el perdis . Mirad, mirad, ahí viene Lola Madariaga..., la mujer más graciosa y más remonísima que ha pisado el salón hasta ahora añadió elevando un poco la voz para que lo oyese la interesada. Lola le envió una sonrisa de gratitud. Su marido, el mejicano de las vacas, que también oyó el piropo, saludó al grupo con afabilidad.
Al concertarse el francés con Madariaga, los propietarios de las inmediaciones, que vivían á quince ó veinte leguas de la estancia, detenían al nuevo empleado en los caminos para augurarle toda clase de infortunios. No durará usted mucho. A don Madariaga no hay quien lo resista. Hemos perdido la cuenta de sus administradores. Es un hombre que hay que matarlo ó abandonarlo.
El asegura que es de gran familia, pero ¡vaya usted á saber de estos gringos!... Todos los muertos de hambre, al venir á América, la echamos de hijos de príncipes. A éste lo había tuteado Madariaga desde el primer instante, no por agradecimiento, como á Desnoyers, sino para hacerle sentir su inferioridad.
Por esto le había tratado con benevolencia extraordinaria, presintiendo que un choque entre los dos no tendría arreglo. Sus únicas desavenencias fueron á causa de los gastos establecidos por Madariaga en tiempos anteriores. Desde que el yerno dirigía las estancias, los trabajos costaban menos y la gente mostraba mayor actividad.
Esta mudez se prolongó de un modo alarmante, á pesar de que la estancia ya no recibía visitas. Madariaga parecía abstraído; y todos los de la familia, incluso Desnoyers, respetaban y temían su silencio. Comía enfurruñado, con la cabeza baja. De pronto levantaba los ojos para mirar á Chicha, luego á Desnoyers, y fijarlos últimamente en su esposa, como si fuese á pedirle cuentas.
También lo eran la envidia y el respeto que le inspiraba aquel pobre menestral marchando al encuentro de la muerte con otros seres igualmente humildes, enardecidos todos por la satisfacción del deber cumplido, del sacrificio aceptado. El recuerdo de Madariaga surgía en su memoria. «Donde nos hacemos ricos y formamos una familia, allí está nuestra patria.»
Palabra del Dia
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