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Actualizado: 12 de junio de 2025
Gastaré lo que me queda; procuraré darme buena vida, y si tengo que hacer por alguien, ya sé a quién me dirigiré. Y volviéndose hacia el enfermo, díjole con expresión de ternura, como si pudiera oírle: ¡Juanín...! ¡Hijo mío! Tu tío está aquí.... Márchate tranquilo, que alguien queda para proteger a los que te amaban y habían de formar tu familia. ¿Qué es eso...? ¿Qué dices?
Eso sí que no te lo consiento. ¿En mi casa escenas de comedia? No, no lo esperes. ¡Pero qué tonta, y qué exagerada, y qué puntillosa es usted, hija! ¿Qué mal hay en eso?, a ver... Le digo a usted que no me voy. Pues te quedas aquí... ¡Ah!, no, eso tampoco. Márchate, niña de mi alma, y no me pongas en tan mal paso. No es de mi carácter eso.
Y ahora que me conoces dijo con una lentitud dolorosa , ¡márchate!... Tú no puedes quererme; soy una espía como tú dices: un ser despreciable... Sé que no puedes seguir amándome después de lo que te he revelado. Aléjate en tu buque, como los héroes de las leyendas; ya no nos veremos más. Todo lo nuestro habrá sido un hermoso ensueño... Déjame sola.
El escándalo fue tan grande, que el marido se retiró a la casa de sus padres y la Marquesita pudo por fin vivir a sus anchas. Márchate la dijo un día su primo Dupont. Tú y tu hermana sois nuestra deshonra. Huye lejos, y donde estés yo te enviaré lo necesario para que vivas. Pero Lola contestó con un ademán impúdico, gozándose en escandalizar a su devoto pariente.
Cuando creía sometida a la hembra en fuerza de amorosas generosidades, estallaba la orden imperiosa, el despego de la repugnancia física. Márchate. Necesito estar sola. Ya sabes que no puedo aguantarte. Ni a ti ni a nadie. ¡Los hombres! ¡qué asco!... Y Gallardo emprendía la fuga humillado y triste por los caprichos de esta mujer incomprensible.
Ya no pienso en casarme. Estoy dispuesto a ganar un jornal, a arrancar piedras con los dientes, a todo, menos a separarme de ella. Tienes razón. Igual pienso yo. Aquí a su lado soportaré escasez, pobreza, lo que venga: yo también renuncio a la mujer que amo; pero ¿irme lejos, exponerme a que mi madre se muera sin verla? ¡Eso no! Aunque lo mande. Si quieres, márchate tú.
Su madre, que no se cansaba de contemplarle, había tenido que acelerar el final de la entrevista, asustada por ciertos ruidos. «Márchate; podría sorprendernos, y el disgusto sería enorme.» Y él había huído de la casa paterna saludado por las lágrimas de las dos señoras y las miradas admirativas de Chichí, ruborosa y satisfecha á la vez de un hermano que provocaba entre sus amigas escándalo y entusiasmo.
Llegamos hasta el portal y allí le dije: márchate, que ya no haces falta; y me hice como que subía la escalera, pero en seguida di la vuelta sin llamar y me vine detrás de él hasta casa... ¡Cuando le vi entrar me dio una risa, que por poco me oye! La chiquilla se reía aún, con tanta gana y tan francamente, que me obligó a hacer lo mismo.
Pero si le decían que todo el furor religioso carlino de tales héroes no era más que una pantalla para encubrir contrabando, entonces el enfermo sacaba los puños de entre las sábanas, llamaba al cirujano mequetrefe, y decía a su hermano: Tú eres un intrigante forrado en masón. Márchate de aquí y déjame solo. Me estorbas, te juro que me estorbas.
¡Márchate! dijo con voz colérica . Nada quiero saber de ti... Lo tuyo no me interesa, no deseo conocerlo... ¡Fuera de aquí! ¿Por qué me buscas? Pero ella no parecía dispuesta á cumplir sus órdenes. En vez de marcharse, se dejó caer con desaliento en uno de los divanes de la cámara. He venido dijo para rogarte que me salves.
Palabra del Dia
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