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Actualizado: 7 de junio de 2025
Los encajes del vestido de Celinina se movieron también, y las hojas de sus flores de trapo anunciaban el paso de una brisa juguetona ó de manos muy suaves. Entonces Celinina abrió los ojos. Sus ojos negros llenaron la sala con una mirada viva y afanosa que echaron en derredor y de arriba abajo.
27 e hizo llover sobre ellos carne como polvo, y aves de alas como arena del mar. 29 Y comieron, y se llenaron bien; les cumplió pues su deseo. 31 cuando vino sobre ellos el furor de Dios, y mató los más robustos de ellos, y derribó los escogidos de Israel. 32 Con todo esto pecaron aún, y no dieron crédito a sus maravillas.
Un leve ruido de ramas tronchadas, una ondulación casi imperceptible del matorral, le llenaron de salvaje alegría. Había alcanzado al enemigo indudablemente, y en su satisfacción, se llevó una mano a la cabeza para convencerse de que no estaba herido. Al pasarla después por su cara cayó de sus mejillas y sus cejas algo menudo y granujiento. No era sangre: era tierra, polvo de argamasa.
Á uno de estos grupos, compuesto de jóvenes de veinte á veinticinco años, se acercaron los tres embajadores para comunicarles la negativa inflexible de Nolo de la Braña. Sus corazones se llenaron en seguida de tristeza y consternación, presagiando horribles desastres.
En los días hermosos pueden seguirse de hora en hora, con la mirada, los progresos de la fusión. Después esta misma vertiente descubre sus céspedes y sus rocas; de la caída estival de las nieves no queda más que un corto número de charcos, cada vez más chicos, huella de los aludes en miniatura que llenaron los huecos de los alfoces.
A Rosalía se le encendieron los espíritus cuando vio los billetes. Pero se le llenaron de tinieblas cuando la condenada chica de Sánchez volvió a meter el dinero en lo profundo, y moviendo la cabeza, le dijo: «¡Ay!, no puedo, señora, no puedo...».
Cuando las columnas de soldados extranjeros, semejantes á larga serpiente que se escurre por una rendija, llenaron el desfiladero, oyóse un grito y desplomóse un diluvio de peñascos sobre la muchedumbre que pasaba por debajo.
Despues comenzó el canto, y los himnos entonados por seiscientas ó mas voces femeninas de muy diversos tonos llenaron la iglesia y la plaza circunvecina de una armonía melancólica y singularísima que nos impresionó mucho. Dos palabras mas para terminar este capítulo que se prolonga demasiado.
Por fortuna, San Nicolás le curó en seguida, soplándole en la cara. El niño se puso al punto muy alegre y pidió de beber. Yo y San Nicolás lloramos de alegría. ¡Palabra de honor! Los ojos de Pomerantzev se llenaron de lágrimas; pero se apresuró a secárselas, y añadió en son de broma: ¡Vaya un doctor San Nicolás! No se parece usted a él...
Esto ocurrió en aquel día, cuando el Cicerón de Algeciras, volviéndose hacia arriba con ademanes descompuestos y lengua balbuciente, gritó: Ya sabemos que esa es gente pagada. Al oír esto, los denuestos, los improperios que lanzó el pueblo llenaron el ámbito de la iglesia en términos que aquello parecía una jaula de locos.
Palabra del Dia
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