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Actualizado: 16 de mayo de 2025


El Conde, que hace con él las veces de padre, lo ha casado con una dama joven, cuya condición es muy parecida á la de su marido: llámase Blanca de la Cerda, y es hija de un Príncipe de sangre real, desterrado por su rebelión contra el Monarca legítimo. Criada en el campo, no sabe nada de su origen.

Chinchoso, feo; como lo hagas, mañana te doy un pellizco que te acordarás toa la vía. «Efectivamente decía yo para mientras caminaba hacia casa , merecía que se lo llamase; ¡pero es tan saladaPor aquellos días ocurrió en la casa donde vivía una desgracia que, si bien no me tocaba de cerca, no dejó de impresionarme. Una mañana, un poco antes de almorzar, noté cierto movimiento.

Isidro tardó algunos instantes en reconocerla. Hubiera pasado varias veces ante ella sin que llamase su atención. ¡Cuán cambiada la veía!... Olvidando su tristeza de enferma, evocaba siempre en sus recuerdos la Feli hermosa y alegre de los primeros tiempos de su amor.

Estuvo por allá toda la tarde, y vino muy de noche ya. Mientras tanto, la señorita había tenido dos ataques; ella la había asistido, porque no quiso que se llamase al médico. El sacerdote se encerró en su habitación. La señorita me mandó llamarle, pero no quiso acudir hasta que le fui a decir que estaba con un ataque.

Y doña Casta: «Ahora viene el paso difícil, ahora... En este trozo no tiene pero... ¡Qué limpieza... qué manera de frasear!...». Doña Lupe también hacía aspavientos, y Fortunata se veía obligada a expresar su entusiasmo, aunque no entendía una palabra de tal cencerrada, y en su interior se pasmaba de que aquello se llamase arte sublime, y de que las personas formales aplaudiesen música semejante a la de un taller de calderería.

Ya había conseguido que Tónica le llamase Juanito, y no señor Peña, con aquel acento ceremonioso que hacía reír; pero aún no se había decidido a corresponder a su tuteo, y le plantaba siempre un «usted» como una casa, asegurando que le causaba rubor hablarle de otro modo.... ¡Qué inocente! ¡Como si él no fuese hijo de un antiguo tendero del Mercado! En fin, todo se andaría.

Podría ser que el arzobispo que un día se llamaba don Bernardo, se llamase al año siguiente don Gaspar y al otro don Fernando; lo imposible e inverosímil era que la catedral pudiese existir sin tener algún Luna en el jardín, en la sacristía o en el crucero, acostumbrada durante tantos siglos a sus servicios.

Si le pedía a Angustias que le diese el cosmos, la niña, por experiencia, ya sabía que le tenía que entregar aquel libraco, el cual, para ella, era tan lógico que se llamase cosmos como que se llamase diccionario.

Pero, por lo pronto, me veía forzado a esperar que la llegada de mi gente llamase la atención de los que tenían las llaves, o de algunos de ellos, induciéndoles a cruzar el puente y ponerse a mi alcance. Esperé cinco minutos más que me parecieron media hora, y entonces empezó el próximo acto en aquel drama de tan inesperadas cuanto rápidas escenas. Todo estaba tranquilo en la opuesta orilla.

Sólo faltaba Aurora, a quien Fortunata esperaba con ansia, y siempre que sentía pasos en la escalera, iba a la puerta para abrirle antes de que llamase. Por fin llegó la viuda de Fenelón, fatigadísima. Los encargos en aquel mes eran considerables; las bodas aristocráticas menudeaban, y la pobre Aurora no podía desenvolverse.

Palabra del Dia

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