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Por fin, muchos días después de haber hablado con doña Manuela, determinó sondear a Leocadia; y hallándola una tarde leyendo en el comedor, mientras don José reposaba y la madre había salido, se acercó, llevando él otro libro en la mano. ¡Sabe Dios! la dijo entre severo y sonriente qué libraco será ese! ¿Es de los que te trae el novio? .

No; lo lanzó sobre un diván y gritando dijo: Señores, sostenga lo que quiera ese libraco, yo aseguro, bajo palabra de honor, que el diccionario que tengo en casa pone avena con h.

Yo creo que es muy de admirarse esta singularidad que debiera haber saltado ya a los ojos de usted, y que seguramente no habrá visto más que en algún libraco pasado de moda, pero como pintura infiel de imaginación, convencional y ñoña.

Si le pedía a Angustias que le diese el cosmos, la niña, por experiencia, ya sabía que le tenía que entregar aquel libraco, el cual, para ella, era tan lógico que se llamase cosmos como que se llamase diccionario.

Miguel le sorprendió con él entre las manos mirándole atentamente: el capellán quedó algo confuso: «Barájoles, acabo de encontrar este libraco en el baúl de Adolfito Medina... ¡Con estas cosas se entretiene ese cerdoMiguel tomó el libro y comenzó a hojearlo, sin que el cura se lo impidiese; antes echaba miradas intensas y escrutadoras cada vez que daba vuelta a la página y aparecía una nueva figura, que era por lo general la de una mujer desnuda o medio desnuda; pero nunca dejaba de hacer algún comentario despreciativo. «¡Mire V., barájoles, mire V. esa porcuza enseñando todo lo que Dios la dio!... ¿Y todo eso qué es, Miguel?... ¡Nada!... ¡Porquería!... ¡Barájoles! ¿No es vergüenza que los hombres se pierdan por esas cochinadasTales comentarios servían de contrapeso a las miradas; pero Miguel no se dejaba engañar. «¿No le parece a V., señor cura, que esta sirena se parece a Petra?

Con la edad y los achaques, se volvió tan santurrón, que oía misa a diario, obligando a acompañarle a los tres hijos, Pablo Aquiles el primero, con el libraco de horas, en la mano.

La tierra es grande, y los hombres, para perpetuar su recuerdo en ella, llevan miles de años degollándose, inventando nuevas maneras de entenderse con los dioses o escribiendo en tablas, pergaminos y papeles para que su nombre quede con unas cuantas líneas en el libraco que llaman Historia... Y la tal tierra es en el mar del espacio menos, mucho menos que el Goethe en medio del Océano; menos que un grano de carbón perdido en las tres mil toneladas de hulla que pasan por sus carboneras.