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Actualizado: 9 de julio de 2025


, esa hora, esa hora de amor, para llamarla por su nombre, había sido soberanamente dulce, porque no fué premeditada, porque no había pensado en darle su nombre sino después de haberla agotado; porque había sentido la ebriedad sin la falta. Ahora mi conciencia se ha despertado: véome en la pendiente de un amor imposible, ridículo, peor que esto, ¡culpable!

Sublime espectáculo, sin duda, es ver a un mozo gallardo, sin más defensa ni escudo que flotante velo rojo, vestido de seda, más aderezado para fiesta o baile que para brava y terrible lucha, ponerse delante de irritada y poderosa fiera, llamarla a y darle muerte pronta, cayendo sobre ella con el agudo acero.

Quedose, pues, sin título. Todos en el lugar dejaron de llamarla la marquesita, como la llamaban en vida de su padre, y la llamaron doña Luz, que era su nombre de pila. Doña Luz, como buena hija, lamentó y lloró mucho la muerte del marqués; pero su humilde y cristiana resignación era grande. Con el tiempo quedó doña Luz tranquila y consolada. Vivía en casa de D. Acisclo.

Bien podemos decir con satisfacción que en el cultivo de la novela se advierten más cada día la abundancia y la bondad del fruto. No es tan voluntariosa la musa como generalmente se cree. Conviene llamarla con persistencia y empeño. No siempre es ella sorda, y suele acudir propicia a quien cariñoso la pretende y con reiteradas y fervientes súplicas la llama.

La decadencia, la postración, la degeneración, o como queramos llamarla, no es, por consiguiente, absoluta, sino relativa.

El silencio se hacía embarazoso. Misia Casilda dijo, mirando a Susana: ¿Esta es la mayor, Gregoria? contestó la de Esteven, la mayor. Y a Angelita, ¿no la conoce usted, tía Silda? intervino la niña, viendo que el silencio volvía. La conozco, , de vista. La llamaré... Déjala; no quiero molestarla. Voy a llamarla. Y escapó. Las dos hermanas, solas ya, mirábanse de reojo.

Por entonces la gente de la vecindad, los tenderos chasqueados y las personas que de ella tenían lástima empezaron a llamarla Doña Paca, y ya no hubo forma de designarla con otro nombre. Gentezuelas desconsideradas y groseras solían añadir al nombre familiar algún mote infamante: Doña Paca la tramposa, la Marquesa del infundio.

Toda Vetusta diciendo: «¡La Regenta, la Regenta es inexpugnable!». Al cabo llegaba a cansar aquella canción eterna. Hasta el modo de llamarla era tonto. ¡La Regenta! ¿Por qué? ¿No había otra? Ella lo había sido en Vetusta poco tiempo. Su marido había dejado la carrera muy pronto, ¿a qué venía aquello de Regenta por aquí, Regenta por allí?

Allá en un rincón el médico de cabecera escribía una receta. Al divisar a su hija, la duquesa volvió los ojos hacia ella con expresión de ansiedad y extendió una mano para llamarla. Acércate, hija mía dijo con voz bastante clara.

Aún no había cumplido cuarenta años; gozaba de muy buena salud; si bien algo chata, no tenía mal ver, y estaba rolliza y sonrosada, y con la tez tersa y jugosa. Al llamarla vieja, Pedro Lobo procedía con injusticia notoria y con falta bestial de galantería, pero, como estaba tan enojado, algo debemos perdonarle. Lo que es Madame Duval no le perdonó nada.

Palabra del Dia

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