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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Creeríase que andaban espectros por allí, o al menos sombras de linterna mágica. El sofá de Vitoria era uno de los muebles más alarmantes que se pueden imaginar. No había más que verle para comprender que no respondía de la seguridad de quien en él se sentase. Las dos o tres sillas eran también muy sospechosas. La que parecía mejor, seguramente la pegaba.
Dimmesdale que veía al buen padre Wilson rodeado de un halo ó corona radiante como la de los santos varones de otros tiempos, lo que le daba un aspecto de gloriosa beatitud en medio de esta noche sombría del pecado. Dimmesdale se sonrió, mejor dicho, se echó á reir ante tales ideas sugeridas por la luz de la linterna, y se preguntó si se había vuelto loco. Cuando el Reverendo Sr.
¡Ah! dijo el hombre ; yo soy, Diógenes trasegado, que anda en busca de un hombre y no le hallo. Y yo soy una dama andante, que busca á una mujer y no la encuentra. Acercábanse entretanto los dos interlocutores. Pero hallo una mujer dijo el de la linterna , lo que no es poco, y me doy por bien hallado. Y yo dijo la condesa con afecto encuentro un hombre, y me doy por satisfecha.
Era Elías que entraba; se le sentía subir. Venía alumbrado por una linterna, y como de costumbre, hablando solo. Retírese usted dijo con viveza la mística. ¿Y usted se queda aquí? Retírese usted á su cuarto. Que no le vea levantado.
Observé también que la noche en que, previo anuncio, se daba sesión de linterna, la concurrencia era mucho más numerosa. El que estuvo a punto de echar a perder aquel sabroso recreo fue el tío de Elenita, que en lo más interesante de él se puso a gritar, indignado, que le habían dado un beso. Nunca pudo saberse quién había sido el desdichado agresor.
Entre los miembros de su iglesia se encontraba un joven algo mayor que él, con el que vivía desde hacía tiempo en una amistad tan íntima, que los hermanos del Patio de la Linterna tenían la costumbre de llamarlos David y Jonatás. El verdadero nombre de ese amigo era William Dane.
Pasó bien media hora, y ya empezaba á impacientarme cuando sentí pasos. Preparé la linterna. Pero la persona que se acercaba traía luz: entró precipitadamente en el dormitorio, y miró con avidez: era la duquesa de Gandía, que siguió adelante y entró en el oratorio. Poco después salió pálida, aterrada, murmurando: ¡Dios mío! ¿dónde está la reina?
El ruido del aire que no se percibía abajo, aumentaba a medida que subíamos, rugía como un trueno en la escalera espiral y hacía temblar encima de nosotros las paredes de cristal de la linterna.
Un corchete venía por delante meneando hacia uno y otro lado la humosa y enrejada linterna. Aquella luz alumbraba con crudeza los semblantes de los ministros. Ramiro reconoció al alguacil Pedro Ronco por la facha imponente. Las cejas y el mostacho parecían trazados con un tizón sobre su tez color sebo. El ruido autoritario de los pies y las espadas fuese alejando.
Apenas los oficiales dieron vista á la plaza en que se hallaba situado el alojamiento de su nuevo amigo, éste, que les aguardaba impaciente, salió á encontrarles; y después de cambiar algunas palabras á media voz, todos penetraron juntos en la iglesia, en cuyo lóbrego recinto la escasa claridad de una linterna luchaba trabajosamente con las obscuras y espesísimas sombras.
Palabra del Dia
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