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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Tuve, por tanto, que librarme de sus manos con la ligereza de mis pies, dejando para mejor ocasión el desahogo de mis sentimientos. Quise ver después la catedral vieja, a la cual se refería uno de los más tiernos recuerdos de mi niñez, y entré en ella: su recinto me pareció encantador, y jamás he recorrido las naves de templo alguno con tan religiosa veneración.
Cierto es que confiaba en el doctor, porque me había prometido librarme de este apuro; pero casualmente acababa de salir hacía muy poco rato y Magdalena había dado orden de que cuando yo llegara me hiciesen entrar en su habitación. »Yo escuchaba perplejo estas explicaciones que me daba la doncella, cuando sonó la campanilla de Magdalena, que preguntaba si había yo regresado.
Era un cartel que decía: Ojo al Cristo. Aquí murió el fiar y el prestar también murió, y fue porque le ayudó a morir el mal pagar. Isidora sabía de memoria esta composición epigramática de su tía, que terminaba así: Si fío, aventuro lo que es mío. Y si presto, al pagar ponen mal gesto. Pues para librarme de esto, ni doy, ni fío, ni presto.
Cuando lord Gray me arrojaba cartas por la ventana y tú te apropiabas la culpa para librarme de las crueles reprensiones, lejos de detenerme en la pendiente me hacías precipitar más por ella.
Me ven tocios los días tocar el piano con mano firme, y podrían creer que invento una escapada para librarme de la tizona de Maurescamp, que tira muy bien. Pero si podéis obtener la pistola, por medio de algún argumento honorable, sería muy conveniente para mí.»
Bueno... el casamiento ante todo; que, después, ya sabré librarme de él. Había que tragar todavía una píldora bastante gorda. Convencer a Lotario de que el viejo había reconocido su error y renunciaba a seguir el pleito. Eso anduvo como sobre rieles. Lotario se sorprendió tan poco que se olvidó de agradecérmelo... ¡En fin, qué quieren ustedes!
Mas, general murmuró, yo quiero librarme de la presencia odiosa del viejo Ti-Chin-Fú y de su papagayo... Si yo entregase la mitad de mis millones al tesoro chino, ya que no me es dado personalmente, como Mandarín, aplicarlos a la prosperidad del Estado, tal vez Ti-Chin-Fú se calmase. El general puso paternalmente su ancha mano sobre mi hombro. Error, considerable error, joven.
Pasará, es seguro; pero mientras tanto, ¿cómo puedo vivir?... Acabas de librarme de una congoja moral con el olvido de esa deuda. Te lo agradezco. Pero yo necesito trabajar, ¡yo quiero ganar dinero! ¿Qué me aconsejas?... El quedó estupefacto. ¿A qué trabajo podía dedicarse Alicia?... Su pregunta era para ser contestada con una risa.
Evidentemente, es un hombre, no lo dudamos... pero a mí me quieres más, ¿cierto, papá querido? dijo besando a su padre. El recuerdo de Juan estaba ya lejos de ellos. Entretanto, el pobre joven caminaba sin ver la gente que pasaba a su lado, sombrío de desesperación. ¡Dios mío! murmuraba en su interior ¡cómo librarme de la constante, de la abrumante idea que me domina!
No tenía más que un afán: el impetuoso deseo de substraerme de cualquier modo a la persecución de aquel único recuerdo. Lo envilecía a mi sabor, y lo desdoraba esperando, por ese medio, tornarlo indigno de ella, librarme de él a fuerza de ensuciarlo. Al salir del teatro, cuando atravesaba el vestíbulo oí entre un grupo de gente la voz de Oliverio. Pasó cerca de mí y no me vio.
Palabra del Dia
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