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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Permaneció inmóvil en la soledad del pinar, insensible a cuanto le rodeaba, como un héroe de leyenda sometido a un encantamiento. Luego se pasó una mano por el rostro, cual si despertase, coordinando sus ideas.
Un presentimiento cruel, indefinido, de desgracia, de muerte, de tristeza, le atravesó el pecho, y en intensa y rápida visión observó la fealdad de la vida sin virtud ni sosiego, como el caballero de la leyenda que, abrazado a una dama joven y hermosa, al oscilar la luz por la fuerza del viento la veía transformada en vieja, descarnada y hedionda.
Esta leyenda relativa á los habitantes de los tres continentes del Antiguo Mundo, nos cuenta, tal vez en forma velada, cuáles son las verdaderas causas de la prosperidad de las razas.
Lope, pues, siguió en esta parte á sus predecesores en tales obras; intentó ennoblecer las suyas revistiéndolas de galas poéticas, y derramando en ellas las perlas de su creadora fantasía; no le era lícito alterar su índole, fija ya y establecida con arreglo á la naturaleza del asunto y á las exigencias del público: veíase, pues, obligado, así por acceder á los deseos de los espectadores y por su propia veneración al conjunto y á los detalles de cada leyenda, á entretejer en sus dramas fielmente todos los hechos y las anécdotas de la vida del santo, que había de ser el protagonista de cada uno.
Se había hablado mucho más; se había contado la historia del Provisor tal como la narraba la leyenda escandalosa. Convinieron, hasta los más prudentes, en que era preciso fundar seriamente aquella sociedad propuesta por Foja. Se acordó juntarse a cenar una vez al mes y hacer gran propaganda contra el Magistral.
Tampoco enumeraremos, por el mismo motivo, las restantes obras de Matos Fragoso, que forman largo catálogo, apuntando tan sólo dos: El marido de su madre, cuyo argumento es la conocida leyenda de San Gregorio en la Piedra, que ha servido también de fundamento á nuestro poema alemán de Hartmann von der Aue, y El yerro del entendido.
Todo un invierno llamó la atención en París; los periódicos hablaban de la hermosa española; sus triunfos en las playas de moda eran ruidosos, se buscaba como un honor arruinarse por ella, y varios duelos y ciertos rumores de suicidio formaban en torno de su nombre un ambiente de leyenda.
Era como las madres de los santos de la leyenda cristiana, cómplices sonrientes de todas las generosas locuras y disparatados desprendimientos de sus hijos. «Esperad que avise a mamá, y soy con vosotros», decía horas antes de una intentona revolucionaria, como si esta fuese su única precaución personal.
Muerta la dama, un diario de caricaturas publicó un dibujo representando la Tercera Avenida llena de niños, que corrían de un lado a otro jugueteando. Al pie, esta leyenda: «La Tercera Avenida, dos años después de la muerte de Missis X.». Paréceme que en cualquier otro país del mundo las costillas del caricaturista no habrían quedado intactas.
Era harto sabida en Madrid la leyenda de la semejanza, con todos sus antecedentes, y hubiera sido una profanación inicua someter aquel ángel a nuevas comparaciones y nuevos comentarios del público mordaz. Por eso se creía más obligado a alejarse de ella cuanto mayores eran sus deseos de acercarse.
Palabra del Dia
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