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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Surgía en él el amor vehemente de los Luna por aquella giganta que era su eterna madre. Pero no la admiraba a ciegas; como todos los suyos: quería saber el por qué y el cómo de las cosas; comprobar en los libros las noticias vagas oídas a su padre con más carácter de leyenda que de hechos históricos.
Cuando Siles echó fuera de sí su carga mental, tornó a pasearse por los cafés, por las tabernas, envuelto en su pintoresco carrick. Al cabo de unos años se quebró el cristal encantado de la leyenda, y volvieron los días de penuria y la sórdida pobreza ululaba a la puerta de su hostal.
Carece del ánimo aventurero de los vascos. Pero, á pesar de sus gustos sedentarios, se convierte en marítima lanzándose al acaso. ¿Por qué? Con harta claridad lo explica la leyenda.
Sobre ella se ven las armas imperiales, pintadas en la pared; obra, sin duda, del mismo autor de aquella leyenda conmemorativa. Con lo cual terminan todas las cosas que hay que notar en el salón-mirador ó vestíbulo del humilde Palacio de Yuste. Entramos, pues, en el Palacio.
Así lo hacían todos los constructores, con oro y colores varios, poniendo en el centro la imagen de la Virgen, por el estilo de la que se ve en la carta de Juan de la Cosa. Rodrigo Zamorano dibujó otra muy bella en su arte poniendo por leyenda MARIS STELLA SVCVRRE NOBIS.
La leyenda popular cuenta que el diablo, en la época de la fundacion, juró que jamas dejaría terminar la basílica, ni conocer el nombre del arquitecto que concibió y trazó su plan, y eso en venganza de cierta pilatuna jesuitica que diz que le jugaron el obispo y los canónigos á Su Majestad Calientísima el rey de los infiernos.
El manzanillo es aquel mismo árbol de la India cuya influencia mortal es el tema de más de una leyenda poética de Oriente. Su más popular reflejo en el mundo europeo es el disparatado poema de Scribe, que Meyerbeer ha fijado para siempre en la memoria de los hombres, adornándolo con el lujo de su inspiración poderosa.
De pronto se le antojó mirar una Ilustración que estaba sobre un centro de sala. «La última flor» decía la leyenda de un grabado en que clavó Ana los ojos. En un jardín, en Otoño, una mujer, hermosa, de unos treinta años, aspiraba con frenesí y oprimía contra su rostro una flor... la última....
Estas gentes de viva imaginación, que vivían en perpetuo embuste, habían creado una leyenda halagadora en torno de aquella señorita tan buena, tan laboriosa, que permanecía horas enteras tras los vidrios, con los ojos bajos, lo mismo que una virgencita en su altar.
Recuerdo que una vez que observaba el monetario de un museo, provocó mi atención en la leyenda de una vieja moneda la palabra Esperanza, medio borrada sobre la palidez decrépita del oro.
Palabra del Dia
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