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Actualizado: 10 de junio de 2025
Hice una pirueta y le dije con aire sentencioso: Tío, quien quiere el fin pone los medios. Siempre cumplí la promesa que hice al cura, y le escribía con puntualidad dos veces por semana. Esta costumbre le pareció tan dulce y halagadora, que cuando interrumpí de golpe la regularidad de nuestra correspondencia, quedó sumergido en inquietudes y tristeza.
Rodeada de islas menores, tiene cerca a Jersey; y agarrada a Brooklyn con la uña enorme del puente, Brooklyn, que tiene sobre el palpitante pecho de acero un ramillete de campanarios. Se cree oír la voz de Nueva York, el eco de un vasto soliloquio de cifras. ¡Cuán distinta de la voz de París, cuando uno cree escucharla, al acercarse, halagadora como una canción de amor, de poesía y de juventud!
Una sonrisa irónica apareció en los labios de Mathys, aunque creyera interiormente en la sinceridad de Catalina, y aunque estuviera inclinado a embriagarse en la esperanza halagadora que, por cálculo, ella le había hecho sorber gota a gota. ¿De manera que ella no os ha dicho nada? preguntó con expresión indiferente . Eso no es más que una sospecha.
Hízose un silencio embarazoso... Observando que también se sonrojaba Coca, don Mariano pensó: «Parece que la chica es la de los pasteles... Es muy extraño que me los mandara con el nombre de su hermana...» Y, aunque quisiera desecharla, desarrollábase en su espíritu una idea bien halagadora para su vanidad de cuarentón.
Estas gentes de viva imaginación, que vivían en perpetuo embuste, habían creado una leyenda halagadora en torno de aquella señorita tan buena, tan laboriosa, que permanecía horas enteras tras los vidrios, con los ojos bajos, lo mismo que una virgencita en su altar.
Esta halagadora idea, dispersó las últimas nubes que obscurecían mi ánimo, y pensé en la hermosura del firmamento, en las dulzuras de la vida y en el talento que tienen las tías cuando se van al otro mundo. Mis segundas ideas fueron dedicadas a mi tío.
Conocía muy bien a Castro Pérez; se complacía en hacerle rabiar, y cuando éste iba poniéndose mohino le calmaba con un chiste o con una frase halagadora. Los primeros días me le encontraba yo en la esquina, y pasaba sin saludarme; después solía decirme, entre afable y sereno: «¡Adiós, joven!» Más tarde, cuando conversé con él en el despacho, se mostró conmigo cariñoso y sincero.
Palabra del Dia
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