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Actualizado: 16 de junio de 2025
Yo era antes torneador de hierro dice con cierto orgullo , obrero consciente y sindicado. Una leve contracción de su bigote, que equivale á una sonrisa amarga, parece subrayar este recuerdo del pasado. ¡Qué de transformaciones! Luego, el viejo socialista añade á guisa de consuelo: Hay que tomar el tiempo como se presenta.
Sobre el duro azul de un celaje no empañado por la más leve bruma, ondean las flámulas, colocadas en mástiles a la veneciana alrededor del baluarte de la Puerta del Castillo, y sus gayos colores no desdicen del júbilo radiante del cielo y de la estrepitosa y alegre multitud. Arcos y ondas de follaje verde corren de mástil a mástil, disonando y contrastando con el tono cerúleo del firmamento.
Era el Judío Errante, la walkyria galopando entre las nubes de una tempestad musical, pasando a través de las más diversas temperaturas, saltando sobre los más distintos países, arrogante y victoriosa, sin sufrir el más leve menoscabo en su salud y su hermosura. ¡Ah, si tú quisieras! ¡Si me permitieses seguirte! ¡Como amigo nada más! ¡Como criado, si es preciso!
Le bastaba colocar la mirada en uno de ellos para considerarlo suyo, sin molestarse en consultar su aprobación. Era el centro de la vida en aquel pedazo de mundo que flotaba sobre el Océano, y todo el sexo masculino debía girar en torno de su persona. Aquel a quien ella hiciese un gesto, un leve llamamiento, tenía que venir forzosamente a arrodillarse a sus pies.
Pero sus ojos zahoríes de enamorado creyeron percibir al cabo en torno de los de la bella un leve círculo rojo que no era producido por la incómoda postura en que dormía. «Soledad ha llorado hoy» se dijo con emoción.
Era una gran señora de belleza triste, pálida, intensamente pálida, con una piel mate que parecía absorber la vida del aire, sin dejar en su superficie brillo ni jugo; con unos ojos negros, intensos, helados, profundos, que recogían la luz del espacio sin devolver el más leve fulgor.
Percibíase un leve temblor en sus manos, como sucede con frecuencia a los hombres gastados por la sensualidad.
La más leve sonrisa abría en sus mejillas dos tristes oquedades obscuras, que tal vez habían sido antes graciosos hoyuelos.
Sí dijo Bonis en voz alta, poniéndose en pie y dando una leve patada en el suelo. «Sí; aquí no queda más que el padre de familia. Aquí, en este corazón, ya no hay sitio más que para el amor del hijo».
Desaparecían los bocados entre sus labios de rosa sin dejar huella de su paso; funcionaban sus mandíbulas sin que este gesto disminuyese la hermosa serenidad del rostro; llevábase la copa a la boca sin que la más leve gota de líquido quedase como perla de color en sus comisuras. Así comían seguramente las diosas.
Palabra del Dia
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