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Actualizado: 30 de junio de 2025
Los señores de Maurescamp y de Lerne, deseaban, a más de eso, que el asunto terminase lo más pronto posible, para evitar la publicidad. En cuanto a la elección de las armas, los testigos del señor de Lerne no estuvieron menos conformes. Jacobo les había confiado bajo el sello del secreto algo muy delicado.
Jacobo había roto completamente con la sociedad en que Diana Grey era una de las estrellas; pero temiendo, sin razón, herir la susceptibilidad de Maurescamp, si rehusaba la invitación de su querida, aceptó. Diana Grey colocó al señor de Lerne a su derecha, y desde el principio del almuerzo, ocupose de él de una manera muy marcada.
El maestro de armas sólo contestó con un ligero movimiento de sorpresa y un serio saludo. Señor replicó la señora de Maurescamp, cuya palabra era al mismo tiempo precipitada e indecisa , señor, ya comprenderá nuestra ansiedad... ¿Puede decirnos algo para tranquilizarnos? Perdón, señora, ¿puedo saber quién es el adversario? El adversario es el señor de Lerne.
Juana, como todo el mundo, había oído hablar de la juventud demasiado ligera de la condesa de Lerne; y comprendió. Hubo un momento de penoso silencio. La señora de Maurescamp dejó violentamente su sillón y avanzando dos pasos tendió la mano al joven. Jacobo se levantó de su asiento, sus ojos se encontraron, estrechó con fuerza la mano que se le tendía, saludó y salió.
¡Nieva mucho! dijo Lerne . Es muy agradable estar al lado de vuestro fuego, con un tiempo semejante... Cuando os digo replicó Juana riendo que sois un hombre casero. ¡Ah! ¡en eso estamos! Pero, señora, decidme al fin, ¿por qué deseáis tanto que me case? Tan, original idea no, puede ser vuestra... Si he comprendido bien el otro día, es mi madre quien os la ha sugerido. Sí, ciertamente.
¿Pruebas de qué? ¡Puesto que no hay nada!... ¿Y su marido no ha querido creerla? No. Entonces, ¿nada hay que esperar? ¡Nada! La señora de Lerne dejose caer en un sillón y quedó inmóvil, muda, inerte. Después de un silencio, Juana se le acercó. ¿Su hijo está en su casa? Sí. ¿Su carruaje está abajo? insistió Juana . Pues bien, partamos... iré con usted... quiero verle.
Ella misma hizo la lista de los convidados, y con gran disgusto del señor de Maurescamp, el nombre del señor de Lerne se hallaba también inscripto; conocíalo ella apenas, pero había oído hablar mucho de él, puesto que había dejado en la alta bohemia parisiense una reputación de amable compañero y de caballerosidad.
Era su camarera, anunciándole que la señora de Lerne deseaba hablar un momento con la señora baronesa. ¡La señora de Lerne! Sí, señora... ¿Diré que la señora está un poco enferma? La señora no tiene buen aspecto. Hazla entrar. La señora condesa de Lerne apareció, lívida, la mirada extraviada, todas las líneas de su cara hundidas, y convulsas.
Pero, decididamente exclamó el señor de Maurescamp , ¿qué es lo que quiere usted? ¿qué me pide? Prentende, acaso, ¡esto sería demasiado fuerte! que vaya a tender la mano al señor de Lerne, excusarme con él, y pedirle que vuelva a reanudar sus relaciones con usted? Sí contestó con energía... eso es lo que le pido.
Díjole que se consideraba ofendido por la actitud observada por el señor de Lerne en casa de Diana Grey, por su afectación en hablar en inglés, durante el almuerzo, sabiendo, como sabía, que él, el dueño de la casa, no entendía aquel idioma, y finalmente, por su conducta en general, impertinente y provocadora.
Palabra del Dia
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