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El señor de Monthélin creyó, pues, que aquella circunstancia debía tener alguna relación secreta con el estado de tristeza en que veía a la señora de Maurescamp. El sobrenombre grotesco con que Jacobo de Lerne había gratificado al señor de Monthélin puede hacer creer al lector que este personaje tenía algo de ridículo, pero nada menos que eso. Era, en efecto, un seductor muy serio y muy peligroso.

A más de eso, el señor de Lerne, después de haber cavilado dos o tres días, acabó por decirse que él debía una visita a la señora de Maurescamp. ¿Por qué quería ella casarlo? ¿Qué misterio era aquél? En todo caso, era una muestra de interés por su persona que lo obligaba a una demostración de agradecimiento. Por consiguiente, fue una tarde a su casa al azar, a eso de las cinco.

Para pensar alguna vez juntos en Dios, creer, buscarlo y llorarlo... ¡Ya veis, señora, que todo esto es puramente locura! La actitud de Juana, mientras escuchaba al señor de Lerne, era encantadora; un poco inclinada hacia adelante, mirábale con sus grandes ojos admirados, cual si viese surgir ante ella una fuente de delicias, y sus labios se entreabrían como para beber en ella.

A su vuelta, consagrose a su biblioteca con ardor, y desde entonces hubo un lazo más entre ellos, el del discípulo con el maestro, porque el señor de Lerne, que era instruido y letrado, era para la joven un guía y un comentador, del mismo género.

Hace mucho tiempo replicó Maurescamp jurando e irritándose a mismo con la violencia de su lenguaje ; hace mucho que me están ustedes provocando... que ambos me ultrajan... que me cubren de ridículo... eso va a concluir. Es usted un desgraciado loco dijo Juana con dulzura . Yo no tengo amante... pero sepamos... ¿qué es lo que quiere decir? ¿Ya a provocar en duelo al señor de Lerne?

No, no es posible... y para acabar la frase, Juana saltó al cuello de la condesa de Lerne, cosa que hizo aullar a Toby. Ven, amor mío dijo Juana tomándolo en sus brazos y cubriéndolo de caricias. Sentáronse, y la señora condesa, contestando a las preguntas repetidas de Juana, diole instrucciones sobre el modo de cuidarlo, alimentarlo, y hasta de medicamentar a Toby.

Hija mía querida, te ruego que te calmes; ¡me haces tanto mal, tanto mal!... A más, lo que ha dicho ese hombre es por tranquilizarnos... porque, en fin, tu marido no es un monstruo, y entre gente de honor, no pueden suceder ciertas cosas. Si el señor de Lerne sufre realmente del brazo, si su brazo está debilitado... dijo Juana , muchas veces me he apercibido de ello.

Mientras hablaba, cubría su cabeza con un velo y envolvíase en sus pieles. La señora de Lerne se levantó indecisa. ¿Es prudente lo que hace? ¿Qué cosa peor puede suceder? dijo Juana con un gesto de suprema indiferencia, induciéndola a salir. La condesa vivía en la Avenida Montaigne. En un momento estuvieron allí.