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Actualizado: 17 de junio de 2025
Cada día que pasa me acuerdo más de Canzana. ¡Qué vida tan descansada llevaba ahí, madre! ¡Cómo me gustaba amasar con usted el pan ó la borona! ¡Cómo me gustaba ir al río á lavar la ropa y sallar con mis amigas el maíz y por la noche hilar al par del fuego! Pero de estas cosas no se puede hablar aquí.
Lo hacía todo; primero los menesteres vulgares de la casa, teniendo las vasijas de la espetera como si fueran de oro, y los muebles como si fuesen nuevos; luego ayudar a Casilda en la costura; lavar y planchar lo que traía cada semana de la iglesia; y por último, para captarse sus simpatías y las de su marido, se encargó del niño.
El lavar la cara, el disfrazarlo todo, el dar á todo un contorno exterior que agrade á los sentidos, la mogiganga parisiense, el inexorable palaustre, ha entrado aquí hasta en la cocina, como dije en otro lugar.
No hay, pues, que compadecerlas a ustedes tanto, porque si la pena es mayor, mayor ha sido también el goce... Pongamos el caso de esa muchacha que está ahí. Esa chica vivía en un estado de marasmo casi vegetativo. Comer, dormir, barrer la casa, lavar la ropa.
Si vamos al comedor así, me da mamá una tocata... ¡Recontra qué tocata! Miguel, con quien no había de ir el asunto, se contentó con sacudirse un poco el polvo. Mira, vamos al cuarto de Eulalia, al piso segundo, y allí nos podemos lavar... Yo con estas manos no voy al comedor. En efecto, las manos de Enrique en aquella sazón no estaban visibles.
Llegó la de la fuente, y con gentil donaire y desenvoltura encajó la fuente debajo de la barba de don Quijote; el cual, sin hablar palabra, admirado de semejante ceremonia, creyendo que debía ser usanza de aquella tierra en lugar de las manos lavar las barbas, y así tendió la suya todo cuanto pudo, y al mismo punto comenzó a llover el aguamanil, y la doncella del jabón le manoseó las barbas con mucha priesa, levantando copos de nieve, que no eran menos blancas las jabonaduras, no sólo por las barbas, mas por todo el rostro y por los ojos del obediente caballero, tanto, que se los hicieron cerrar por fuerza.
«Tú le tienes que lavar manifestó Benigna, sin cejar en su cólera , tú, tú. ¡Cómo me ha puesto las cortinas!». Bueno, mujer, le lavaré. No te apures. Y vestirle de limpio. Yo no puedo. Bastante tengo con los míos... Y nada más. Vaya, no alborotes tanto, que todo ello es poca cosa.
6 Hizo también diez fuentes, y puso cinco a la mano derecha y cinco a la izquierda, para lavar y limpiar en ellas la obra del holocausto; mas el mar era para lavarse los sacerdotes en él. 7 Hizo asimismo diez candeleros de oro según su forma, los cuales puso en el templo, cinco a la mano derecha, y cinco a la izquierda.
El pecador cae en tierra sin sentido, y cuando se recobra de su aturdimiento, no es ya el mismo que antes; arroja lejos de sí caftán y turbante, cúbrese con un saco de cerda, pide á Dios con súplicas de arrepentimiento que le conceda su gracia, y sólo ansía lavar sus pecados.
Las labores delicadas, como costura y bordados, de que había taller en la casa, eran las que menos agradaban a Fortunata, que tenía poca afición a los primores de aguja y los dedos muy torpes. Más le agradaba que la mandaran lavar, brochar los pisos de baldosín, limpiar las vidrieras y otros menesteres propios de criadas de escalera abajo.
Palabra del Dia
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