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Actualizado: 17 de julio de 2025
Antes se contenían aún por la común falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear. Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca.
Algunas mujeres lavaban ropa en grandes artesones, otras se estaban peinando fuera de las puertas, como si dijéramos, en medio de la calle. «Van ustedes perdidos» nos dijo una que tenía en brazos un muchachón forrado en bayetas amarillas. Buscamos la casa de D. Francisco Bringas. ¿Bringas?... ya, ya sé dijo una anciana que estaba sentada junto a la gran reja . Aquí cerca.
Su fama de encantada le vino de su costumbre de arrojar al río la vajilla de plata de que se servía en los opíparos banquetes á que acudían muchos señores. Una red estaba tendida debajo del agua y recibía las piezas que así se lavaban.
Todas se lavaban la cara y las manos, riñendo por el agua, cuestionando sobre si tú me quitaste la toalla o si esa es mi agua. «Que no, que mi agua es esta». Otra sacaba de debajo de la cama un zoquete de pan y empezaba a comérselo. «¡Ay, qué hambre tengo...!, con estos calores, cuidado que suda una; no se puede vivir... ¡Y ponerse ahora la toca!».
Las vacas movían el baboso hocico, sin ninguna inquietud, al ver el tren y volvían de nuevo á rumiar con la cabeza baja sobre el verde del prado. Grupos de mujeres lavaban sus guiñapos casi tendidas al borde de arroyos de líquido rojo, como si fuese sangre. Era el eterno color del agua en los alrededores de Bilbao: los lavados del mineral enrojecían hasta la corriente del Nervión.
Por otra ventana veía el descampado de las Cambroneras, un gran espacio de tierra atravesado por un riachuelo, en el que lavaban sus guiñapos las gitanas, flotando sobre la corriente trapos y pedazos de periódicos. Enfrente abríase un gran portalón dando entrada a una callejuela de guijarros flanqueada por dos hileras de casuchas.
32 Cuando entraban en el tabernáculo del testimonio, y cuando se llegaban al altar, se lavaban; como el SE
Mañana me traerá el esbozo. ¿Se lo figura usted así...? Carnes rosadas al aire libre; vestidos rosados; alrededor, matorrales rosados, y encima, la luz rosada del crepúsculo. LORENZA. Yo he visto lavanderas en Bretaña; eran viejas, sucias, feas y espléndidas; lavaban en pleno sol y estaban amarillas y terrosas. Componían un horrible poema de miseria y de espanto.
La coronela, sin consideración á su grado inferior, recordaba á la generala las aventuras amorosas de su señora madre ó la época en que sus tías lavaban la ropa de los soldados. Hasta que el heroico Martínez, avisado del incidente, acudía á todo galope para meter su caballo entre ambas furias.
A lo menos, Lázaro, eres en más cargo al vino que a tu padre, porque él una vez te engendró, mas el vino mil te ha dado la vida." Y luego contaba cuántas veces me había descalabrado y harpado la cara, y con vino luego sanaba. "Yo te digo -dijo- que si un hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, que serás tú." Y reían mucho los que me lavaban con esto, aunque yo renegaba.
Palabra del Dia
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