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Actualizado: 5 de junio de 2025


Acababa de hacer honor al dorado pollo, á la fresca ensalada y á la botella de viejo Burdeos que constituían el detalle del festín, cuando la señorita de Porhoet, que se hallaba al parecer encantada de mi apetito, hizo recaer la conversación sobre la familia Laroque. Le confieso me dijo, que el antiguo corsario no me gusta nada.

Nos fué servida sobre el césped de una pradera, á la sombra de un enorme castaño. La señora de Laroque, instalada sobre uno de los cojines del carruaje en una actitud sumamente incómoda, no parecía por eso menos contenta.

La conversación se resintió de la languidez de nuestros espíritus. La señora de Laroque que se creía en el paraíso, se había por fin desembarazado de sus pieles y permanecía sumergida en un dulce éxtasis. La señorita Margarita manejaba el abanico con una gravedad española.

La señora de Laroque se dirigió entonces hacia , manifestando en su aire de distracción la poca esperanza que tenía de hallar á su encargado de negocios muy al corriente de estas cosas; pero precisa y desgraciadamente, son las únicas que conozco. Había oído en Italia la ópera que acababa de darse en Francia por la primera vez.

No diga usted eso dijo secamente la señora Aubry. Muy bien le iría con la pobreza á usted, que no se escasea ninguna dulzura, ningún refinamiento. Permítame, querida señora respondió la señora de Laroque; yo no aprecio en modo alguno los sacrificios estériles. El que yo me condenara á las privaciones más duras ¿á qué ó á quién aprovecharía?

A esta declaración, la señora de Laroque pareció súbitamente consternada; me miró, se agitó entre sus almohadillas, aproximó sus manos al brasero, y me dijo á media voz: ¡Ah! ¿qué importa eso? vaya, déjelo usted. Y como yo insistiese: ¡Pero, Dios mío! agregó, con un gracioso ademán, ¡mire usted que los caminos están espantosos!... Espere al menos la buena estación.

Anteayer, la casualidad hizo que me hallase solo con ella en el salón, habiendo salido bruscamente la señorita Helouin para dar una orden. La conversación indiferente en que nos hallábamos comprometidos cesó al instante como por un secreto acuerdo; después de un corto intervalo de silencio: Señor me dijo la señora de Laroque con acento penetrado, deposita usted muy mal sus confidencias.

Mi excelente amiga la señora de Laroque en particular, mujer recomendable por diversos títulos, es en punto á negocios, de una incuria, una ineptitud y niñería, que sobrepasa lo imaginable. ¡Es una criolla! ¡Ah! es una criolla repetí con vivacidad. , joven, una vieja criolla respondió secamente el señor Laubepin.

Doctor dije alegremente al entrar mi caballo acaba de asustarse de su sombra, me ha tirado en el camino, y creo tener el brazo izquierdo estropeado. ¿Quiere usted verlo? ¿Cómo estropeado? dijo el señor Desmarest, después de desatar el pañuelo si lo tiene completamente roto, ¡pobre hijo mío! La señora de Laroque arrojó un débil grito y se aproximó á .

Señor replicó la señorita Laroque con una vivacidad muy extraña á su habitual lenguaje: ¡no sabe usted lo que dice! y agregó más severamente: olvida usted á quien habla. Es cierto, señorita respondí con dulzura, inclinándome he hablado sin saber, y he olvidado un poco con quien hablo; pero usted me ha dado el ejemplo.

Palabra del Dia

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