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Actualizado: 5 de junio de 2025
Madre mía, haga usted volver al señor sus presentes, saliendo en seguida con un paso de reina ultrajada. La señora de Laroque la siguió. Al mismo tiempo lancé el contrato en la chimenea. Señor me dijo entonces el señor de Bevallan con tono amenazador hay aquí una intriga cuyo secreto sabré. Señor, voy á decírselo respondí.
La reserva misma de mis respuestas, despertó la curiosidad de la señora de Laroque, que me oprimía á preguntas, y que se dignó muy luego comunicarme ella misma, sus impresiones, sus recuerdos y sus entusiasmos de viaje.
Púseme entonces á examinar algunos cuadros suspendidos en el muro. Estas pinturas eran en su mayor parte muy mediocres, consagradas á la gloria del antiguo corsario del imperio. Había muchos combates de mar, un poco ahumados, en los que era evidente sin embargo, que el pequeño brik L'Aimable, capitán Laroque, veintiséis cañones, causaba á John Bull los más sensibles disgustos.
El señor sabe que esta propiedad perteneció en otro tiempo al último Conde de Castennec, á quien tenía el honor de servir. Cuando la familia Laroque compró el castillo, confesaré que me apesadumbré y vacilé mucho para quedarme en la casa. Me había criado en el respeto á la nobleza, y me costaba mucho servir á gentes sin nacimiento.
Yo había nacido positivamente para la pobreza, para las privaciones, para la abnegación y el sacrificio, pero he sido contrariada. Por ejemplo, á mí no me habría disgustado un marido enfermo. ¡Pues bien! el señor Laroque era un hombre de excelente salud. Vea usted ahí, cómo mi destino ha sido y será siempre contrariado desde el principio hasta el fin...
La señora de Laroque que padece de frecuentes distracciones, olvidó que yo no estaba lejos de ella, y de buena ó de mala gana, no perdí una sola palabra de su respuesta.
El digno anciano se ofreció entonces á darme algunas nociones elementales y generales sobre la especie de administración de que iba á ser encargado y agregar á propósito de los intereses de la familia Laroque, algunas noticias que se ha tomado el trabajo de recoger y redactar para mí. ¿Y cuándo debo partir, mi querido señor?
Volví hace dos días y al llegar al castillo, se me dijo que el anciano señor Laroque me llamaba con insistencia desde por la mañana. Pasé inmediatamente á su departamento. Desde que me divisó, una pálida sonrisa vagó por sus ajadas mejillas, detuvo sobre mí una mirada en la que creí ver una expresión de maligna alegría y de secreto triunfo, diciéndome luego con voz sorda y cavernosa.
A pesar de la reserva que caracterizaba este documento, no me ha sido inútil; conocí que se iban disipando con el horror de lo desconocido, parte de mis aprensiones. Por otro lado, si había como lo pretendía el señor Laubepin, dos almas cándidas en el castillo de Laroque, era seguramente más de lo que había derecho á esperar, sobre una proporción de cinco habitantes.
Esta situación, desgraciada, no ha quitado nada á su orgullo, ni aumentado nada á su carácter: es alegre, igual, cortés; vive, no se sabe cómo, en su casita con una sirvienta, y halla aún medios para hacer muchas limosnas. La señora de Laroque y su hija profesan á su noble y pobre vecina, una pasión que las honra: en su casa es objeto de un respeto atento que confunde á la señora de Aubry.
Palabra del Dia
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