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Actualizado: 14 de julio de 2025
Mateo con sus enormes bigotes blancos y arrogante figura militar, aunque ya sabemos que era el hombre más civil que hubiese producido Lancia desde hacía algunos siglos. Granate dejó escapar algunos gruñidos destinados a probar el profundo desprecio que aquellos dos personajes le inspiraban, el uno por su poca formalidad, y el otro por no tener ni un mal cupón del tres por ciento.
Entraba con él en los cafés y hasta le llevaba a los bailes. Manín llegó a ser en poco tiempo una institución. D. Pedro, que apenas se dignaba hablar con las personas más acaudaladas de Lancia, sostenía plática tirada con él y admitía que le contradijese en la forma ruda y grosera de que era capaz únicamente.
Pero éste se encargaba inocentemente de desmentirlas, mostrando tales ganas de verse abandonado, un deseo tan vivo de experimentar aquella crueldad, que ya era proverbial en Lancia. Como si no bastasen ellas solas a ponerse en ridículo, el pobre Mateo las ayudaba eficazmente, metiéndoselas por los ojos a todos los jóvenes casaderos de la ciudad.
Si te casas con Fernanda, tu hija pagará el agravio en la forma que ya sabes. ¡Oh! Yo lo impediré. Daré parte a la autoridad. Pediré el depósito de la niña. Eso es hablar por hablar, Luis replicó con calma y sonriendo Amalia. Las autoridades de Lancia son hechura de Quiñones. Nadie osará declarar una palabra contra mí. Se lo referiré todo a D. Pedro.
¿No le hará a usted daño este ruido? No... Me aburría mucho en la cama... Además, no quería privar a las chicas del único recreo que hoy por hoy tienen en Lancia. Muchas gracias, Amalia exclamó una jovencita que venía bailando y oyó las últimas palabras de la dama.
Pues tenga cuidado, D. Juan dijo Paco sonriendo maliciosamente, porque el día menos pensado se presenta en casa a pedirle la mano de Fernanda. No lo hará tal respondió el banquero. Demasiado sabe que le echaría por la escalera abajo. Con estos antecedentes el terrible humorista de Lancia marchaba sobre terreno seguro.
Rechazar el pecado valerosamente, purificarse, librarse del fuego eterno... y además poseer a Fernanda. Hacía tiempo que sus relaciones criminales no tenían más que un punto luminoso, Josefina. Si no fuese por ella, se hubiera marchado de Lancia.
El criado le miró estúpidamente, sin contestar. ¿Cómo la había de conocer, él, que había pasado la vida detrás del ganado, y sólo iba a Lancia algún día de mercado a comprar o vender una vaca? El conde se hizo cargo de esto y preguntó enseguida: ¿Es bajita? No es muy alta, no, señor. ¿Ojos muy negros y vivos? ¿color bajo? ¿el andar muy suelto y elegante?
Dejó de ir todos los días a casa de Quiñones y asistió una que otra vez a la tertulia exigua de las de Meré, como se seguía diciendo en Lancia, aunque en realidad ya no hubiese en el mundo más que una. Carmelita había muerto hacía lo menos tres años. No quedaba más que Nuncia, la menor, y ésa casi totalmente paralítica.
Dormía en una inmovilidad absoluta, con los ojos entreabiertos y el rostro densamente pálido. Cuando a las tres de la tarde salió de aquel profundo letargo, supo, sin asombro alguno, que su esposa se había marchado en la diligencia de Lancia. Después de desahogar su ira la hija de Osuna, siguió por la calle del Cuadrante abajo, riendo todavía nerviosamente algún tiempo.
Palabra del Dia
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