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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Dentro sonaba el lamento de la madre, estridente, interminable, como el berrido de una bestia herida. Fuera, lloraba el padre silenciosamente, rodeado de sus amigos.

Duerme en tanto en el campo de batalla Mientras su patria gime en servidumbre; Mientras la del corazon desmaya Y el hierro se carcome con la herrumbre; Cuando el tirano al vernos en derrota Con su lauro la espalda nos azota! ¿Quién es el vil que ríe, canta y danza Cuando el lamento de la patria suena, A sus hijos llamando á la venganza?

Como Rojas insistiese en sus protestas, don Roque añadió para calmarle: Voy á ver si esta vez consigo probar su delito. Le «garanto», don Carlos, que haré cuanto pueda. Y se lamentó de los escasos medios coercitivos de que podía disponer. Toda la tropa á sus órdenes eran cuatro policías indolentes, con uniformes viejos y sin más armas que largos sables de caballería.

No seas golosa, ama; no seas golosa; no te acuerdes tanto de las ollas de Egipto, como decía el señor Cura, quien te solía reprender por ese vicio de la gula dijo Inesita riendo. No es gula, ingrata. Yo me lamento por ti, y no por . A me basta con un plato de alboronía o con un gazpacho. Por otra parte, yo no me duelo sólo de la comida, sino también de otras cosas. Y me duelo con razón.

Hemos tenido algunos pasos difíciles de franquear; usted nos habría sido muy útil: lamento también que se haya privado de contemplar esta playa agreste, sembrada de rocas cubiertas de hierbas y de musgos; ha sido un espectáculo grandioso, a la puesta del sol. Sin embargo, no puedo enojarme, puesto que le hacía usted compañía a mi querida mamá, a quien todos hemos abandonado.

El cura leyó con voz gangosa que se arrastraba sobre las sílabas como un lamento el siguiente «En la ciudad de Munich vivía no ha muchos años una dama de extraordinaria hermosura que hacía una vida ejemplar; de modo que todos le daban el nombre de santa.

Unos versos italianos, escritos con mano trémula y en torcidas líneas, llamaban la atención de Rafael. Los entendía a medias, pero Leonora nunca le permitía acabar la lectura. Era un lamento amoroso, desesperado; un grito de pasión rabiosa, condenada a la soledad, revolviéndose en el aislamiento como una fiera en su jaula. Luigi Maquia.

Lloro á la muerte ansioso, al fuego me lamento sin sentido, gimo al aire celoso, al mar me quejo, al cielo favor pido, y no me dan consuelo la tierra, el aire, el fuego, el mar, ni el cielo. ¡Ay prenda de mis ojos! ¡ay soberana luz! ¡ay Sol querida! ¿qué atrevidos arrojos han dejado mi vida sin tu vida? si somos en tal calma, un amor, un aliento, un ser, un alma.

Rafaela, aunque aparentó sentir, no sintió demasiado, por lo que ya queda dicho, la partida de Pedro Lobo. Quien la sintió con todo su corazón, y la lamentó y la lloró, fue D. Joaquín, que era muy tierno, pudiendo asegurarse que poseía el don de lágrimas.

¿No oyes entre los ruidos del agua algo parecido a un lamento? Ricardo atendió un instante. No oigo nada. No; ya ha cesado... Aguarda un poco... ¿No lo oyes ahora?... , , no cabe duda..., en las cuevas de esta roca hay alguien que se queja... No hagas caso, tonta. Es la resaca que produce sonidos extraños... ¿Quieres que me baje a mirar lo que hay dentro?

Palabra del Dia

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