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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Y el lamento era tan penetrante, tan afilado y agudo, que más que voz de un ser viviente parecía el sonido de la prima de un violín herida tenuemente en lo más alto de la escala. Sonaba de esta manera: miiii... Jacinta miraba al suelo; porque sin duda el quejido aquel venía de lo profundo de la tierra. En sus desconsoladas entrañas lo sentía ella penetrar, traspasándole como una aguja el corazón.
Quedose, pues, sin título. Todos en el lugar dejaron de llamarla la marquesita, como la llamaban en vida de su padre, y la llamaron doña Luz, que era su nombre de pila. Doña Luz, como buena hija, lamentó y lloró mucho la muerte del marqués; pero su humilde y cristiana resignación era grande. Con el tiempo quedó doña Luz tranquila y consolada. Vivía en casa de D. Acisclo.
«Luz del mundo, vida del alma, sonrisa de la gracia, puerto de salvación ¿queréis oír lo que jamás ser viviente oyó? Nunca ha sabido nadie lo que yo soy. No he tenido madre, no he tenido hermana. De ello no me lamento; por el contrario, estoy orgulloso, porque ahora puedo revelaros mi corazón a vos sola...»
¿Su?... ¡concluya, se lo suplico! ¡Su turbación es tan deliciosa!... Si usted supiera hasta qué punto me hace feliz ese rubor, esa risa que quiere disimular una emoción tal vez más fuerte y más sincera... No vaya usted a creer... he querido decir que lamento...
Cogiendo del brazo a Feli, fue el joven hacia donde sonaba el lamento del órgano. La música no le había engañado: el que la hacía era su tío el Ingeniero, llamado así por la rara habilidad que demostraba en el arreglo de los instrumentos de música y juguetes mecánicos.
Amigo Amaury repuso Felipe estrechándole francamente la mano, no he pretendido matarte, ni siquiera agujerear el sombrero de tu amigo, percance que yo lamento en el alma. Muy bien, muy bien exclamó satisfecho el conde; así se hace. Desde hoy, a seguir siendo siempre buenos amigos. Se acabaron las rencillas. Los aludidos se estrecharon efusivamente las manos.
El socorro que digo, pues, venido Alegra nuestro ejército hambriento, Y en gozo y en placer es convertido, El pasado dolor y gran lamento: Mas nuestro Yamandú ya arrepentido, De estarse con nosotros tan de asiento, En una tenebrosa noche y prieta, Sin nadie lo sentir, huyendo aprieta.
Y, mientras yo la miraba, torturada por el pensamiento de estar condenada al papel de espectadora impotente, mi corazón dejó escapar una vez más, con un suspiro, ese lamento de otras veces: «¡Que no esté yo en su lugar!» ¡Pero cuántas cosas nuevas encerraba hoy!
Ya sabes que yo tampoco la tengo en gran estima, y me lamento del estado en que han puesto á nuestro país. Pero ¿á qué la violencia? Para acabar con ellos no hay como la libertad. Mueren dentro de ella como los gérmenes que se encuentran en un medio que no es el suyo.
El Rey Venturoso se creyó entonces el más desventurado de todos los reyes; se lamentó de haber sido cómplice en un crimen inútil, y temió la venganza del poderoso Kan de Tartaria. Aquella noche no pudo pegar los ojos hasta muy tarde.
Palabra del Dia
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