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Actualizado: 8 de junio de 2025
Tendido entre las patas del caballo, En vez de sangre revolcado en vino: Tales son tus proezas, vil lacayo; Tales tus hechos son, vil asesino. Escoria de la fragua de los vicios, Tahur, ladron, borracho y asesino! Tu eterno compañero es el suplicio; Traicionar á los libres, tu destino. Ojos de gato, lengua de serpiente, Garras de tigre, boca de lagarto!
La cola dió todavía algunos brincos sobre la arena. ¡Pobrecillo! exclamó la condesa. ¡Para qué lo has matado! Señorita, dicen que estos animaluchos hablan con las brujas y les cuentan todo lo que oyen. Parece increíble, ¿verdad?... Pues á mí de chico me sucedió que una vez hablé mal del maestro con otro compañero, y prometí vengarme de él cuando fuese mayor. Un lagarto nos estaba escuchando.
Dragón volador, lagarto pequeño que tiene adherida á la espalda dos alas membranosas, de las que se vale para dar cortos vuelos. Se dice ser venenosa su mordedura. Sagita, muy parecido al anterior: hay quien cree que es una pequeña culebra que, provista también de alas, vuela cortos trechos. También se dice ser venenosa su mordedura.
Aquí, en donde el monarca se inclinaba sobre su trono de oro, el ágil y silencioso lagarto se desliza como un espectro hacia su casa de mármol, al pálido resplandor del creciente lunar. Pero, oíd.
Marchaban días, semanas, meses, por la llanura casi líquida. Dormían sobre troncos caídos, teniendo que espantar en mitad del sueño la vecindad de los caimanes. Guisaban su alimento sobre un trípode de ramas, devorando con fango hasta el pecho el ave acuática o el lagarto mal chamuscados. Un paso en falso les bastaba para desaparecer.
Tarea inútil: los proyectiles levantaban esquirlas de su coraza, pero el enorme lagarto apenas se movía, como si todos estos balazos fuesen para él leves cosquilleos. Si los cazadores se aproximaban, finalmente, en una barca, se dejaba ir perezosamente al fondo del río, levantando una corona de espumas amarillentas. Morales había nadado de pequeño entre los yacarés, sin gran emoción.
Un pequeño alejamiento del avión, que tenía la forma y los colores de un lagarto alado, estrechó en torno del cuello de Edwin el cable metálico. Bajando sus ojos pudo examinarlo de cerca. Parecía hecho de un platino flexible y era inútil todo intento de romperlo.
Bajo las patas del caballo de un ángel, que lo atraviesa con su lanza, en el centro de la iglesia de Villa del Pilar, en el Paraguay, he visto a un diablo en forma de lagarto, con alas de murciélago, sembradas de púas, enormes ojazos de buho y garras con uñas de buitre, y he pensado con pena en las pesadillas diurnas y en las noches de insomnio que la vista de semejante monstruo sobrenatural debe producir a los desventurados niños del pueblo.
De modo que aunque la decepción hubiese sido grande, no conmovió profundamente mi tranquilidad por buen número de días. Me expandía en un ambiente simpático a todos mis gustos y me regocijaba al calor de mi felicidad, como un lagarto al resplandor del sol. Mi prima tocaba muy bien el piano.
Los tripulantes del lagarto volador examinaban la misma nube, pero con el auxilio de aparatos ópticos. Una de las amazonas aéreas le gritó algunas palabras en su idioma, al mismo tiempo que señalaba con un dedo la remota mancha blanca. El gigante le contestó con una sonrisa indicadora de su comprensión. A partir de este momento la nube fué tomando para él contornos fijos.
Palabra del Dia
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