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Actualizado: 21 de junio de 2025


De una casa de la misma calle, por un balcón abierto, salían las notas dulces, lánguidas, perezosas de un violín que tocaban manos expertas. Se trataba de motivos del tercer acto del Fausto. El Magistral no conocía la música, no podía asociarla a las escenas a que correspondía, pero comprendía que se hablaba de amor.

A tener allí la flauta y no estar dormida Serafina, hubiera acompañado con el dulce instrumento aquellas melodías interiores, lánguidas, vaporosas, llenas de una tristeza suave, crepuscular, mitad resignación, mitad esperanzas ultratelúricas y que no puede conocer la juventud; tristeza peculiar de la edad madura que aún siente en los labios el dejo de las ilusiones y como que saborea su recuerdo.

Reflexionó mucho tiempo mientras fumaba un cigarro, y en las espirales de humo azulado que subían hasta el techo veía pasar vagamente las imágenes de Jacobo y de Lea, tan pronto lánguidas y cansadas, como activas y triunfantes, pero siempre juntas, unidas por el mismo deseo y ligadas por el mismo interés.

Aquellas actitudes lánguidas y artísticas que las damas adoptaban, debían de estar destinadas a mover la Voluntad Divina. Pero como un fin enteramente secundario también tenían por objeto la edificación de los fieles salvajes que las contemplaban.

En los rosales, muy hermosos con su nuevo follaje, aun no brotaban los capullos; pero en el cuadro de «no me olvides», sembrado por Angelina, se abrían las primeras flores. Había triunfado el amor de la pobre huérfana. Mis plantas, lánguidas y tristes, no florecerían en muchos meses, hasta fines de Abril o principios de Mayo.

Pero luego las notas decaían, las bellas frases se enlazaban más lánguidas, la imagen de la dicha moría en un radio de sombra, y ya sólo podía oírse la tierna resignación del amor vencido ante la irremediable lejanía de su ideal ultraterreno.

Los palillos sonaban con gozoso chasquido; las siluetas de las bailaoras pasaban y repasaban por delante de la cancela, en actitudes ora arrogantes, ora lánguidas y desmayadas, siempre provocativas, llenas de promesas voluptuosas. Estos eran los patios que podían llamarse tradicionales.

Era una mujercita delicada, de complexión casi enfermiza, sin rasgos enérgicos de belleza con que atraer y dominar: su rostro carecía de expresión y su cuerpo de gentileza: sus posturas eran lánguidas, como si todo su organismo estuviera sometido a la impasibilidad de un temperamento ingénitamente casto, reflejo de un alma privada de inspirar pasiones e incapaz de sentirlas.

Nicolasa excitaba y provocaba con sus risas, con sus ojeadas lánguidas y con su libertad y desenvoltura.

En las grandes canastillas, que se destacaban sobre el fondo de césped, las pálidas eglantinas, a la menor brisa otoñal, soltaban sus frágiles pétalos, las verbenas se arrastraban lánguidas, como cansadas de vivir, descomponiendo con sus caprichosos tallos la forma oval del macizo; los ageratos se erguían, todos llovidos de estrellas azules y los peregrinos colios lucían sus exóticos matices, sus coloraciones metálicas y sus hojas atigradas, semejantes a escamas de reptil, ya blancas con manchas negras, ya verdes con vetas carne, ya amaranto obscuro cebradas de rosa cobrizo.

Palabra del Dia

lanterna

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