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Era evidente que las alusiones de Jorge al Duque tenían por objeto aumentar las penas del pobre Beltrán, de donde inferí que el Duque había distinguido a la señora de Maubán con sus atenciones. Era ella viuda, hermosa, rica, y la voz pública decíala ambiciosa.

Y diciendo esto, le devolvió su dinero, lo empujó suavemente fuera de la sala de juego, y así hizo de Tomás, más que un amigo, un esclavo. El entusiasta y cordial saludo que Tomás dirigió a don Jorge, recordaba este generoso acto. Según dijo, iba a tentar fortuna en Poker-Flat. ¿Solo?

Yo me quedo contestó secamente. La pareja se despidió con un estrecho y efusivo abrazo, al que siguieron algunas lágrimas. ¡Don Jorge! ¿También se va usted? preguntó la Duquesa cuando vio a aquél que parecía aguadar a Tomás para acompañarle. Hasta el cañón contestó. Y, diciendo esto, besó a la Duquesa, dejando encendida su blanca cara y rígidos de asombro sus entumecidos nervios.

La fortaleza entre tanto nos pareció asaltada por la gente de la ciudad que Hamet había enviado contra ella. Quiso entonces don Jorge dar a la fortaleza algún auxilio, me consideró más capaz que nadie para tan arriesgada empresa, recibí sus órdenes y lancé al agua el esquife en que me habéis visto venir.

Los comentarios que hizo Isidora desde la calle de Hernán Cortés a la de Jorge Juan no cabrían en este volumen, aunque fuese doble. ¡De qué manera y con qué fecundidad de imaginación dio vida en su mente a la entrevista próxima a verificarse!

Por lo demás, es él quien hoy da valer y honra a todos los pastores protestantes, tenderos, rentistas o mercachifles que llevan su apellido en la tierra del honorable padre de su patria Jorge Washington.

Bien, señora, dijo el barón; esa es sin duda la respuesta que en iguales circunstancias me hubiera dado mi inolvidable esposa, para quien son mis últimos pensamientos. ¿Qué es esto, señor barón? exclamó en aquel momento Roger con fuerte voz, desde el lado opuesto de la terraza. ¿Esto? ¡Por San Jorge! dijo el barón acudiendo presuroso, un montón de proyectiles para bombardas.

Si vencemos nos sobrarán caballos del enemigo. Puesto que el jefe castellano nos ha descubierto y no se oculta, enseñémosle también los colores de nuestra bandera. Nuestras almas están en manos de Dios, nuestros cuerpos al servicio del rey. ¡Desenvainemos las espadas, por San Jorge é Inglaterra!

Pero don Jorge, que no perdía fácilmente su orientación, sabía que apenas habían hecho la mitad del viaje a Sandy-Bar, y la partida no estaba equipada ni provista para hacer alto. Sin embargo, no hizo más que recordar esta circunstancia a sus compañeros acompañándola de un comentario filosófico sobre la locura de tirar las cartas antes de acabar el juego.

Era el que hablaba un rudo campesino de alta estatura, que al acercarse levantó ambas manos, á cada una de las cuales le faltaban el pulgar y los dos primeros dedos. ¡Por San Jorge! ¿Quién os ha maltratado de esa manera, camarada? preguntó Simón.