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Actualizado: 23 de junio de 2025


Don Joaquín se había ido del mundo sin dejar a su mujer otra renta que una pensión del gobierno como viuda de ministro plenipotenciario: un poco más de lo que ella pagaba a su doncella en París.

Entre la joven población masculina ya nadie se llama Pedro, Juan, Diego, Carlos, Enrique, Joaquín, Jaime, Jorge, Raúl, Roberto, etc.

JOAQUÍN. ¡Y ahora voy a ver sus estudios! RAQUEL. Es «Ola en el alma», de la Casa Liedon. JOAQUÍN. Adoro los perfumes, porque viven con vida propia; se identifican con las mujeres y traducen su secreto pensamiento. ¡Un perfume es una confesión! IN

Su padre, hombre público importante, subsecretario, consejero de Estado varias veces, había fallecido hacía tres años. Como acaece algunas veces, más de las que el vulgo imagina, D. Joaquín de la Costa, que había tenido tantas ocasiones de hacerse rico, murió sin dejar hacienda alguna a su hijo.

Esa ilusión es demasiado bonita para que pueda engañar. JOAQUÍN. ¿Por qué lo dices?... ¿Porque te lo he prometido muchas veces, y nunca lo he cumplido? Ahora... ISIDORA. Ni ahora ni nunca. JOAQUÍN. El mundo es olvidadizo, tontuela. ISIDORA. Pero no tan olvidadizo que... JOAQUÍN. Y en seguida que nos casemos, haremos un viaje por Italia y Suiza.

Sin ser rigurosamente viuda, tiene un hijo, gordo también, que se roe las uñas y estudia en el Instituto. Se llama Joaquín, y por ternura Quinito; sufrió en esta primavera no qué grave enfermedad que le obliga a tomar interminables horchatas y baños de asiento, y está destinado por doña Paulina a la burocracia, que considera, con mucha justicia, la carrera más segura y más fácil.

La gente de las barracas respetaba á don Joaquín, aunque en lo concerniente á sostener su miseria anduviese remisa y remolona. ¡Lo que aquel hombre había visto!... ¡Lo que llevaba corrido por el mundo!... Unas veces empleado ferroviario; otras ayudando á cobrar contribuciones en las más apartadas provincias de España; hasta se decía que había estado en Cuba como guardia civil.

Entró en casa de Joaquín, y el criado la encerró en un gabinete mientras pasaba recado al señorito. ¡Qué hermosos y finos muebles, qué cómodos divanes, qué lucientes espejos, qué blanda alfombra, qué graciosas figuras de bronce, qué solemnidad la de aquel reloj, sostenido en brazos de una ninfa de semblante severo, y sobre todo, qué magníficas estampas de mujeres bellas!

Lo de buena tinta.... Quintanar debe de haber mandado a estas horas sus padrinos a don Álvaro. ¡Padrinos! ¿por qué? preguntó Redondo. ¡Bah! Está usted buen cazurro. Demasiado sabe usted por qué. La verdad es que aquello era un escándalo. Joaquín Orgaz defendió a don Álvaro. Pero Foja no atacaba a Mesía, atacaba a don Víctor que había consentido tanto tiempo aquella desvergüenza.

Cuidadosamente escondía bajo las faldas sus pies, tan pequeños como mal calzados, para que Joaquín no se los viera. Pero ya él se los había visto, sin perder por eso el amor, o llámese como se quiera, que sentía; antes bien, exaltándose más.

Palabra del Dia

rigoleto

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